jueves, mayo 26, 2011

Diana

A mis 22 años no puedo decidirme entre Miguel y Génaro. Llevo estudiando la carrera de ciencias de la comunicación 2 años y son los mismos en que conocí ambos. Recuerdo el primer día de clases, cuando nos dieron el curso de unducción, Miguel se acercó a preguntarme si sabía donde sacaban copias, obviamente le respondí que no sabía porque era el primer día que estaba yo ahí. Ya después él me dijo que yo aparentaba más edad, me dijo que me veía como de 25 y hasta creyó que ya estaba a punto de terminar la carrera. Cuando le expliqué que yo también era de nuevo ingreso, se puso rojo de la vergüenza, me pidió perdón y me preguntó si podía invitarme un jugo para pasar el rato penoso. Le dije que sí y a partir de ese momento tuvimos una amistad que después de las semanas y meses fue creciendo hasta convertirse en lo que yo creí que fue el amor de mi vida.

En el final del primer semestre de la carrera, el profesor de periodismo nos llevó de práctica a Ciudad Juárez. Ahí conocí a Génaro, es un chavo que era guía de turistas en ese entonces. Cuando nos llevó al Parque Fundidora nos explicó toda la historia de ese lugar y de la misma ciudad. Miguel nunca lo vío con buenos ojos, como que le tenía desconfianza. Ahora sé que quizá en ese momento imaginaba que la mirada de Génaro cuando me veía llevaba más que sólo amabilidad.

Miguel era hijo de familia, con carencias normales como todos las tenemos, su papá trabajaba como contratista y le había ido mal y por eso había tenido que inscribir a Miguel en una universidad pública. Su mamá era ama de casa y tenía un hemano menor. Algo más que me acercó con Miguel, era que vivíamos juntos, en la Colonia Independencia, yo en Matías Romero y el en Ixcateopan. Así que para regresar de la universidad tomábamos el metro y nos bajábamos en División del Norte y de ahí caminábamos, él me dejaba en la puerta de mi casa y luego se iba a la suya. Varias veces pasó a la casa y compartimos una taza de chocolate con mis papás.

Pero desde que estuvimos en el norte del país y vi por primera vez a Génaro no pude quitármelo de la cabeza. Estábamos en una garita que es uno de los pasos principales a Estados Unidos. No cruzamos esa vez sino que nada más la conocimos, ahí Génaro me dijo en broma que si nos escapábamos. Yo le dije “atrevido” riéndome. Cuando nos despedímos, me dió su mail en un papelito, nunca lo perdí, todavía lo tengo y tenía tanto nervio por llegar al D.F. Para agregarlo al messenger y poder platicar con él. Sobre lo de escaparnos, la verdad es que los dos sabemos que se trataba de una broma pero que en fondo era una metáfora sobre un escape un poco más real. Ahora que estoy a la mitad de la carrera creo que sé qué onda con mi vida en general, quiero terminar y tener un buen trabajo, pero no sé si quiero seguir viviendo en un país tan inseguro y violento como México. Ayer veía en el periódico que la guerra contra el narcotráfico había rebasado más de treinta mil muertos en lo que va del sexenio. Es una cifra que ni siquiera me imagino. ¿Cómo sería ver a tanta gente muerta? Qué triste tan solo pensar en eso, prefiero encerrarme en un mundo más lindo, al lado de mi familia, de mi escuela y de Miguel.

Pero cuando platicaba con Génaro en el messenger y me contaba cómo estaban las cosas en el norte, todo mi mundo rosa se venía abajo, me di cuenta de que estaba viviendo en un cuento de hadas y eso no siempre estaba bien, pues aprendí desde muy chica la diferencia entre lo real y la fantasía. La verdad me había decidido vivir en el mundo real. Le preguntaba a Génaro los detalles de los asesinatos de los migrantes y de las muertas de Juárez. No me interesó el tema por morbo sino por preocupación de que chavas de mi edad o de las de mis amigas estaban siendo asesinadas como animales y parecía que nadie quería hacer nada para evitarlo.

Nunca le dije a Miguel que mi preocupación por el tema la había provocado en cierta forma este Génaro, pero esa es la verdad. Al mismo tiempo que yo investigaba, Génaro estaba presente. Quizá Miguel lo sospechaba porque cada vez que yo le hablaba de eso se ponía enojado y hablaba muy mal del tema, para él yo estaba perdiendo el tiempo, él creía que yo debía trabajar para la televisión o para la farándula. Eso siempre me dio flojera porque veía a las chavas fresas de la universidad que nunca podían responder preguntas tan sencillas como cuando una vez a una le preguntaron que dónde estaba la Selva Lacandona, y ella dijo “¿La Candona?”. Todos reímos y nos burlamos de ella. Y yo no quería ser la niña linda pero tonta, nunca quise eso y nunca lo seré.

Pero Miguel no era malo conmigo, siempre me ayudaba en las demás materias que no tenían nada que ver con lo del norte del país. Íbamos juntos al cine, a las fiestas y la pasábamos tan bien. Recuerdo que una vez fuimos al cine de Parque Lindavista, al lado hay un hospital donde una vez estuvo internado algún familiar suyo. Lo acompañé primero al hospital y saliendo de ahí me invitó al cine, vimos la de Transformers, me la pasé tan bien porque la pelicula estaba muy linda, con todos esos efectos especiales, el sonido y, a decir verdad, la trama también es buena, pero triste en algún sentido, porque los extraterrestres tienen que venir a cuidar a los humanos porque estamos acabando con nuestro planeta. Cuando salimos del cine, Miguel me agarró la mano y me dijo que yo le gustaba. Yo no le hice caso porque pensé que estaba bromeando, así que me reí y le puse helado en la nariz, luego él, atreviéndose a ser rechazado recargó su nariz manchada en mis labios y me dio un beso, inocente pero lindo. Me sorprendí mucho, no supe qué decir o qué hacer. Nos quedamos viendo mucho tiempo de frente hasta que los dos nos reímos y no hablamos más del tema. Pero cuando nos estábamos levantando de la banquita, él me dijo “pero en en serio, me gustas y quiero pedirte que seas mi novia”. Paecía que yo sabía cual era la respuesta, no lo pensé mucho y sin dudarlo dije “sí”. Nos dimos un beso un poco mas largo y seguimos caminando como si nada hubiera pasado. Pero aquéllo fue creciendo, pues Miguel tenía muchos detalles conmigo, siempre se acordaba de mis cumpleaños y me daba regalos y además de que conocía a toda mi familia. Hoy estamos exactamente a una semana de cumplir dos años maravillosos en todos sus aspectos, no me arrepiento de nada porque todo ha sido con cariño.

Pero siento que no he sido completamente honesta, pues jamás he perdido contacto con Génaro y nunca le he mencionado de la existencia de Miguel como mi novio, aunque siempre mre pregunta por “mi amiguito” en tono sarcástico. Algo que me gusta de Génaro es que siempre me dice que se lo salude y que espera sinceramente que le vaya bien pues sabe que me quiere.

Ayer casi se viene abajo todo. Me llegó un correo de Génaro en el que me dice que se va a ir a Estados Unidos, ya lo tiene todo pensado y planeado. No tiene oportunidad de seguir trabajando aqui pues el gobierno estatal ya contrató a una empresa privada para que sean guías de turistas y como su familia siempre ha sido pobre, no pudo estudiar. Al final del correo me dice lo mismo que aquella vez en la garita de Ciudad Juárez: “¿nos escapamos?”. No sé si esa parte la leyó Miguel, porque mientras estaba leyendolo se levantó furioso y se fue, luego le llamé y hasta lloró por teléfono porque sentía que era una traición. Yo traté de explicarle que se trataba de un amigo, de una persona especial que me había enseñado muchas cosas a lo largo del tiempo que llevo conociéndolo, pero no se quedó satisfecho con mi explicación. Se despidió de la llamada diciéndome que pensara bien las cosas para saber si seguíamos o terminábamos. Es precisamente lo que estoy haciendo ahorita, pensando las cosas.

Sé que no me voy a escapar con Génaro, pero también sé que lo está diciendo un poco en broma, porque en la postdata dice que me espera cada vez que quiera visitarlo. En eso sí estoy pensando y precisamente porque quiero viajar a Estados Unidos para completar parte de la investigación que quiero usar para titularme.

Sé que quiero a Miguel pero la vida como él la ve no es como yo la veo. Quiero a Génaro pero no lo veo a él como un posible novio. No quiero mentirle a ninguno de los dos. Pero ¿cómo ser honesta conmigo misma ante una situación tan complicada? No lo sé pequeño diario, ya tengo sueño, iré a dormir.

¿El contexto o el tiempo hacen la diferencia?

En años pasados, discutía con compañeros de lucha la diferencia entre valor de uso y valor de cambio. Entendíamos bien que uno se relaciona con la utilidad que todo lo tangible tiene en sí, por su constitución y propiedades físicas. Otro más bien se refiere al valor subjetivo que cada persona da a un objeto en tanto que se relaciona con la satisfacción de un placer de cualquier tipo. Así, solíamos ponernos a prueba entre nosotros mismos, cuestionando los consumos que hacíamos en cualquier tipo de artículos: mientras unos éramos ahorrativos en cuanto a la comida en restaurantes, otros lo eran en la ropa, pero ninguno lo era en lo intelectual. Y aunque ninguno del pequeño grupo de discusión gozábamos de una bonanza indiscutible, tratábamos de que, en cuanto tuviéramos una pequeña fortunita, acudir a las librerías para invertirlo en la adquisición de literatura considerada valiosa para cada uno.

Llevando esa discusión grados más allá de la simple descripción cuantitativa de nuestras cuentas, observábamos cómo irremediablemente, el valor de cambio estaba presente en cada uno de los libros que se contenían en nuestros bolsos. Adentrados en la discusión, uno decía “¿cómo podemos estar cuestionando el hecho de que ese que camina por la calle gaste tanto dinero en un coche y nosotros gastamos lo que a veces nos falta para comer solo por el hecho de darnos placer en obtener la novedades o los libros más raros y caros en las librerías de ejemplares antiguos?” Nadie aportaba una respuesta que convenciera totalmente, pero sí estábamos ciertos en que el placer de poseer un artículo que sólo aporta estatus, como lo es un coche, no se compara en tener un libro, porque éste alimenta el intelecto. Cuestionaba alguien más: “¿no es eso también un status que queremos tener, conservar, acumular y eventualmente utilizar para tener poder? ¿En qué se distingue el hecho de la asunción de esa relación de diferencia que buscamos con respecto a los que no leen de quien lo busca a través de poseer un artículo vistoso y caro como un carro?” Nadie aportaba una respuesta satisfactoria, pero sabíamos que sí había una diferencia, al menos de matiz. “La prepotencia” dijo alguien.

Discurrió el debate:

“Más que interesante la sentencia, que defendemos todos, creo, a partir de que el coche está visto como un símbolo de poder físico, de valentía, de superioridad inclusive, por la noción de velocidad y potencia que lleva consigo”. “Es así por el contexto en el que es visto. No necesariamente la misma connotación puede tener en sociedades en las que el transporte público es poco costoso o las comunicaciones electrónicas y telefónicas están abiertas a más cantidad de población, en comparación con esta en la que nos ha tocado vivir”. “El contexto hace la diferencia entonces”.

“Aún así, en esa hipotética comunidad, seguramente habrá otros símbolos que tengan las mismas características que aquí un coche, quizá los libros lo sean”. “Lo dudo”, al unísono dijeron varias voces. “Sencillamente porque el libro da la oportunidad de imaginar, de conocer lo que físicamente está alejado o incluso imposible, de saber el funcionamiento de las cosas mismas sin tener la necesidad de controlarlas con las manos”. “No obstante, sería necesario en todo caso, una convención al respecto, es decir que eso sea cierto y aceptado para todos o para la mayoría, al contrario sería la misma situación”. “No forzosamente, pues sólo sería necesario que quienes están en el poder tuvieran la conciencia de que el conocimiento les da esa posibilidad, de saber, de distinguir lo verdaderamente útil para mantenerse así, con él, y al mismo tiempo crear el imaginario colectivo en el resto de los no poderosos de que pueden tener poder a partir de la posesión de artículos, en cuyo caso, el contexto como habíamos dicho, no implica ninguna diferencia, más que solo de apreciación”. El silencio abarcaba la sala. “Eso significaría entonces que los símbolos de poder son artificios. Por supuesto, al igual que los contextos, o sea que en cada comunidad se ha pensado por los que la encabezan, que ahí se aplica bien la utilización de un coche, en otros de libros o en otros de tener muchas esposas o de que éstas no tengan un solo marido. Todos son constructos que sirven para mantener la idea de la aspiración al poder vigente”. “Pero ¿si a lo largo de muchas discusiones hemos partido del hecho de que el hombre es ‘bueno’ por naturaleza, que la colectividad es una herramienta para que todas las personas busquen el bien de sí mismos y, al mismo tiempo, de todos los demás? ¿Esa afirmación no sería contradictoria?, ¿no acarrearía el supuesto de que en verdad el hombre tiene sed de poder naturalmente?”. “Quizá, pero no es tan catastrófico. No olvidemos que hemos partido la actual existencia de un sistema de dominación, que históricamente se ha manifestado de diversas formas: feudalismo, capitalismo, imperialismo, socialismo real. Pero también que no siempre ha sido así, o al menos es lo que hemos convenido en suponer, o sea que previo a la organización política de la sociedad bajo la idea de la creación del artificio llamado ‘Estado’ las cosas eran distintas, que en general se asumía una igualdad de significado así entre los individuos como entre los objetos, que éstos eran utilizados para satisfacer las necesidades de todos, que no existía la idea de la posesión como hoy la conocemos. Que, ciertamente, hubo un contexto originario de todo este conflicto.”. “Deberíamos entonces cambiar el paradigma, virar en el sentido de lo conocido históricamente, no así de los supuestos”. “No. En absoluto, no. De esa forma, estaríamos dando vueltas a algo que por definición asumimos como cierto: que la historia conocida señala al hombre como detentador del poder, casi porque sí”. “A ver, se me ocurre: Si partimos de la premisa de distinguir el valor de uso y el valor de cambio, de los objetos ciertamente, ¿por qué no pensar al poder del que ahora hablamos, como una de esas cosas que tienen ‘valor’?, es decir, si el poder es pensado como un artículo, ¿cuál sería el valor que éste tendría si estuviéramos aceptando el hecho de que el hombre busca naturalmente la obtención de ese poder-objeto?” El silencio abarcaba la sala nuevamente, esa vez por más tiempo.

“Valor de uso, sin duda. Porque se convierte en una herramienta para la obtención de más poder” Dijo alguien y asintieron varios más. “Pero no del mismo tipo de poder” “Claro, tendría que distinguirse entonces entre uno de tipo originario y otro, por decir, diseminado” “En efecto. Así, el primero sería la herramienta, como lo has dicho tú, para que se pueda buscar y obtener el del otro tipo o nivel” “Con esa idea de nivel, ¿cuál de los dos (o más en el caso de que podría haber infinidad de grados) sería más valioso tener, el originario o los secundarios?” “El primero, por supuesto, porque es el que sirve para poder establecer relaciones de dominio más complejas, legitimadas y permanentes” “Nos estamos equivocando en la idea de que el hombre, como especie, lo busca. El error parte del tipo de análisis histórico que estamos haciendo. No estamos considerando la posibilidad de que, a pesar que un monarca o un grupo en el poder supiera la utilidad de ciertas herramientas intelectuales y materiales, también tuviera la conciencia de que su utilización fuera para el beneficio público”. “De cualquier forma la idea de tener poder no se escapa. Lo que se añade con lo que recién dices es la utilización de éste, sea para someter o para beneficiar”. “Podrá no cambiar la necesidad de poder, pero precisamente con esa idea del uso que pueda dársele, ya no sería importante su simple posesión sino lo que el poder en sí pueda generar, o sea el bien común o un sector de la sociedad subyugando a otro. Es importante la diferencia. Tiene que ver entonces, la voluntad de hacer el bien. Lo cual nos regresa a la idea de que, sino todos los hombres, sí puede haber algunos que busquen el bien, sabiendo sí que tienen poder, pero también que lo pueden, o inclusive que tienen que usarlo para generar beneficios para ellos mismos y para aquellos que no lo poseen.”. Otro silencio largo hacía suya la sala. “Lo relevante ahora sería llegar a saber en qué situación nos encontramos: si en la de un grupo en el poder que está utilizándolo para un fin o para otro de los que se han propuesto como posibilidades”. “Sin duda para el de la dominación. Y ya no sólo por el análisis histórico que se mencionaba, ese a partir del cual conocemos que ha tenido diferentes manifestaciones. Sino por el hecho de que la discusión llegó a un punto en el que se coincidió que el hombre busca el poder en sí mismo, es decir que en ese punto hemos llegado a pensar a la especie humana como una máquina que busca sólo engullir a sus pares estableciendo relaciones de dominio. Entonces el problema es la connotación que le estábamos dando al poder, antes de asumirlo como una herramienta que pueda servir para generar el bien común, como después se ha dicho”. “No discuto el momento en el que nos encontramos, eso nos queda a todos claro. Sobre la idea entonces de que hubiera quienes tienen el poder, sin que sea importante si saben o no para que lo tienen que usar, que creo estaríamos todos a aquí de acuerdo, que debería ser para el bien común, problematizo: ¿cómo llegarían a saber ese fin de bienestar común precisamente, por naturaleza, por comunicación metafísica o a partir de qué? En el entendido de que hay otros que no saben sobre las posibilidades de la utilidad del poder”. “Interesante pero fácil de responder: sencillamente porque aquellos desposeídos no solo lo son del poder, sino de sus necesidades primigenias, en ese sentido se convierten en un sector, en una clase que le demanda a la poderosa, equidad.”. “Pero eso resuelve el qué deberían hacer los dominados, más no el cómo, o sea lo que yo preguntaba: ¿Cómo, si no saben cómo funciona el sistema?”. “Lo saben en tanto que aspiran a tener cierta dosis de poder”. “No, esa sed no implica conocer para qué pueda servir, necesitan instrucción, necesitan saber los alcances de ese poder”. “Entonces eso significaría que, si nos encontramos en una época de dominación, aquellos que ahora son poderosos, en algún momento no lo fueron y no conocieron cómo funcionaba esto. Después, ya teniendo el poder pero no el conocimiento, lo utilizan para su beneficio y no para el común”. “En efecto. Pero ¿cómo se han mantenido las mismas condiciones por tanto tiempo? Tuvo que haber algunos que sí conocieran el funcionamiento del sistema y utilizaran ese conocimiento para mantener el estado de cosas, con diferentes manifestaciones como ya habíamos dicho. Hay entonces una clase que tiene el poder, otra que no lo tiene y otra que conoce cómo funciona y se han mantenido del lado de los poderosos porque al mismo tiempo ellos se vuelven parte del grupo al que defienden”. Otro silencio, de incertidumbre porque nos sentíamos aludidos sin decirlo, nos hacía suyos junto con la sala.

“Siendo así, de quienes debe esperarse esa voluntad por cambiar la utilización del poder, de construir y mantener la dominación de unos hombres sobre otros al bienestar de todos, es precisamente de aquellos que han sabido y saben ahora cómo funciona todo”. “¿Serían esos los intelectuales o los dueños del capital financiero? ¿Cuáles de ambos, si la sociedad actual se debate entre poseer más y no en saber más? La respuesta me parece obvia”. “No es así. Pues decíamos aquellos que se encuentran a la cabeza de la sociedad, en este caso de corte capitalista, pueden utilizarlo para su beneficio o para el general, también habíamos llegado a distinguir que hay otros que conocen de esas virtudes del poder. Lo que tú estás haciendo es o ignorar este otro sector o en todo caso mezclándolo con el de los poderosos”. “Cierto. Donde hay que poner atención es en los intelectuales, ellos son los que reflexionando sobre cómo funcionan las sociedades, han influenciado a los poderosos y a su vez se han dejado seducir por éstos para saberse parte de esa capa ‘superior’ para mantener el actual estado de cosas”. Un silencio más marcaba el punto final de aquella discusión, después de varias horas habíamos terminado la reunión de ese día.

Quedaban hasta ese punto algunas conclusiones y dejábamos otras problemáticas pendientes por resolver. Así solían ser los cónclaves juveniles que satisfacían la sed de conocimiento de aquel pequeño grupo del que fui parte, buscábamos, como nuestro lema rezaba: “liberación del conocimiento, transformación social”. No estaba nada mal para jóvenes que por naturaleza eran rebeldes ante la realidad que vivían. Pero ahora que el grupo ya no existe más, ¿qué ha cambiado? ¿La realidad o nosotros?

¿Por qué estamos atomizados?

lunes, mayo 16, 2011

Ahí vamos!

Todo inicio de vida profesional es peculiar y define la unicidad de las personas, aún cuando nos pensemos tan inmersos en una masa que difumine nuestra identidad. En cada una se atraviesan circusntancias particulares que al paso del tiempo nos hacen recordar la manera en que nos fuimos formando y nos colocan como observadores en perspectiva de los eventos pasados.

Recuerdo mi entrada la UNAM, en la carrera de ciencia politica. Para ello tengo que remontarme al estudio del nivel medio superior, en una vocacional del IPN. Entre la cercanía a mi casa de entonces y la idea de educación paterna fue que me inscribí en el CECyT 2. El recorrido era de lo más sencillo, pues consistía de no más de diez minutos caminando y lo mismo de regreso. Cursé y terminé aquél tramo de mi vida académica sin mayores sobresaltos, pero sé con inquietudes paralelas a la simple adquisición de conocimientos técnicos relacionados con máquinas y sistemas automatizados, control númerico y programación. Los eventos coyunturales de la vida nacional a finales de los años noventa definieron mi inclinación posterior por la ciencia politica.

En primer lugar, el surgimiento del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional a la luz pública, el 1 de enero de 1994. En esa epoca venía de regresar de unas vacaciones comodísimas en la riviera maya, el viaje había consistido de más de dos semanas en el Hotel Westin Regina de Cancún y las consecuentes visitas a Xcaret, Isla Mujeres y Cozumel. Después de pocos días de tener fresco el recuerdo del México que se habia dibujado como avanzado ante mis adolescentes ojos, vino la realidad de otro país que hasta ese momento no había sido concientemente visto por mi, los indigenas del pais, aquellos que solo concibe un puber como los postrados en calles pidiendo limosnas, estaban reclamando su lugar en la historia. Lo definitorio de aquel pasaje, fue el papel de mi padre, que como militante fundador del PRD y de sus corrientes críticas y más combativas, se involucró casi de manera inmediata con las bases de apoyo al EZLN desde el Distrito Federal. Naturalmente, formamos parte de aquéllas primeras movilizaciones para reclamar la paz al gobierno federal que, sin dilación, había determinado exterminar a los prescindibles y quitarles la voz que según el poder, nadie estaba dispuesto a escuchar. Marzo del 94 vio los primeros surgimientos de la sociedad civil, diciendo que sí, que los indigenas tenian derecho a ser parte de este país, a ser incluidos y no integrados, a que se les reconocieran sus formas de vida particulares sin que ello fuera motivo para ser ciudadanos de segunda clase. No lo sabía en ese entonces, pero ese momento histórico fue parte germinal de lo que decidí estudiar años después.

En segundo lugar, lo que vino en materia economica, mientras fue avanzano ese mismo 94 y sobre todo en los dos años siguientes, mi padre vivió, como muchos, una de las peores crisis economicas de su vida y, por ende, yo viví la mía propia. El pequeño despacho de contabilidad que encabezaba él, se vio cada vez más vacío porque sus clientes no tuvieron dinero para pagar sus deudas y por tanto para cumplir con el erario. Ello combinado con la obligacion que tenía mi papá de pagar un automovil nuevo para el que había conseguido un credito bancario, fueron mermando su capacidad economica. Sin ver la amplitud del problema y más bien como la entrada a un mundo nuevo fue que, a partir de mis cortos dieciseis años, comencé a trabajar. Fue mi primer trabajo en el taller de mantenimiento a aparatos electrónicos (de audio profesional, eso sí) de un amigo de mi padre, Fernando López, ingeniero en comunicaciones y electrónica especializado en acústica, naturalmente del Poli. Ese primer trabajo mío, yo no lo sabría hasta que años después mi padre me lo confesó, me permitió aportar dinero de manera considerable al ingreso familiar. ¿Cómo podía yo haber sido capaz de ello sin darme cuenta, creyendo que con los pesitos que ganaba semanalmente estaba satisfaciendo mis necesidades creadas por las ganas de comprarme A o B y con ello ser parcialmente feliz y al mismo tiempo significar un apoyo para el jefe de mi familia? Precisamente, no sabiendolo. Ahora creo que, a menudo, la ausencia de un cierto velo de ignorancia, no nos permitiría actuar en favor de determinadas causas que demandarn nuestro esfuerzo, sobre todo en una edad tan temprana.

En tercer lugar, el movimiento universitario del Cosejo General de Huegla de la UNAM que llevó a nuestra maxima casa de estudios a una huelga que se prolongó por varios meses. Al principio escuchaba las noticias por Radio Educación o Radio Universidad, que daban informacion importante y veraz sobre lo que acontecía, se convocaban a personalidades de ambas partes para discutir la problemática entre cobrar o no cuotas para darle suficiencia presupuestaria a la Universidad; decía la rectoría que no había opción, sólo el optimismo intransigente hacia el aumento de cuotas, o mantener el carácter publico de la educacion, a decir del movimiento opositor. El mundo ya no se trataba solamente de lo que mis ojos alcanzaban a ver y, otra vez sin darme cuenta, comenzaba a resolver uno de los problemas fundamentales de la filosofia, el solipsísmo estaba llegando a sun fin en mí sin que lo advirtiera. Yo y Karina decidimos acudir como escuchas a varias asambleas en los auditorios Ho Chi Minh de Economía y Che Guevara de la facultad de Filosofia. Conocimos de primera mano el sentir de nuestros pares padeciendo un cambio totalmente adverso a sus posibilidades de desarrollarse académicamente. Sin duda, apoyamos la huelga. Además, venían próximas las eleciones del año 2000 y junto con otro grupo de compañeros nuevos, ideábamos estrategias que según nosotros serian útiles para llevar al triunfo a Cuauhtémoc Cárdenas, lo que como todos sabemos, terminó por no ocurrir, pero desencadenó la conciencia en mí, de que en este pais las cosas no funcionaban bien, que independientemente del buen trabajo técnico hecho por millones de personas, si las estructuras de la sociedad no cambiaban, las condiciones de existencia seguirían siendo precarias para la inmensa mayoría.

Todo lo anterior coincidió precisamente en el término de mis estudios de media superior y mi entrada a la Escuela Superior de Ingenieria Mecanica y Electrica, del Poli. Cursé dos años, en los que tuve que batallar con maestros incomprensivos ante la situacion de un joven que debía trabajar y estudiar al mismo tiempo. Parecía que la burocracia politécnica me estaba enviando el mensaje de que yo no pertenecía a sus filas. Esa etapa la combinaba con lecturas autodidáctas de Aristóteles, Platón, Marx y Revueltas, entre otros.

Entonces, todo culminó en mi decision de abandonar el IPN y virar mi interés académico hacia la Universidad. Presenté el examen sin haber estudiado mas de lo que ya sabia y unos meses después ya formaba parte de la matrícula de futuros politólogos. La carrera no me fue dificil escoger; pensaba y pienso, que desde la ciencia política se pueden trazar las líneas generales para que la organización de una sociedad sea, en pocas palabras, democrática y por ende, más justa.

Solo algo más. Aquél primer jefe del que hablaba en párrafos previos me enseñó las formalidades de la vida real, pero sobre todo me abrió la conciencia de que las mismas personas deciden, eventualmente, conformarse con lo que la vida les pone en frente y no buscar más posibilidades para su propio desarrollo y solo optar por paliativos que los hacen salir del paso. Frases suyas, como “la raza de bronce que solo se conforma con componer las cosas con masking tape” dejaron marcada en mí la idea de que, en verdad, el mexicano ha funcionado por años como alguien que por analfabetismo funcional, decide lo más sencillo y no resuelve sus problemas de raiz.

En desacuerdo con todo ello, decidí aportar mi muy pequeño, infinitesimal pero esperanzado granito de arena por mejorar en algo, la sociedad. Peo superando ese único objetivo de educar bien a los hijos que eventualmente tendré, darles lo mejor y ser feliz, porque me parece tan limitado y aburrido que no estoy dispuesto a jugar ese papel.

Y heme aquí, pensando todavia en todo esto, pero con algunos tramos ya recorridos. Quienes me conocen saben de qué tratan y también, que seguimos en el camino, que ahí vamos.

lunes, mayo 09, 2011

En pares se mueve el mundo (08.05.11)

Dos son las manos que se estrechan en un apretón de manos cuando los amigos se reencuentran después de haber pasado mucho tiempo y se ponen al día contándose lo acontecido en sus vidas. Dos son la pareja que con el mismo compás cursa los rumbos que los llevarán a un mejor futuro, construyendo juntos el camino promisorio que poco a poco dibuja el amanecer soñado. Dos son los pies que nos hacen marchar, caminar día día a los destinos elegidos para poner en práctica los planes de vida, igualmente para expresar la voz que muchas veces se nos niega por la ignominia de la realidad que nos ha tocado vivir y contra la que se dice ¡Basta!

Los pares siempre han sido elección en la imágen equilibrada del universo. Hoy, ocho de mayo, acompañados de miles de voces bajas más, caminamos por las calles de la Ciudad al grito del silencio reclamando la paz con justicia y dignidad, el alto a la violencia y la solidaridad con otros tantos que se han quedado en el camino de la construcción de una sociedad mejor.

Debajo del abrasador sol y contra los designios del poder, la voz de la sociedad civil, del pueblo, se levanta, crece y se agiganta. Sin sabeerlo quizá, crea un significado, sienta precedentes y se convierte en un emblema que podrá ser el inicio de una lucha para acabar con los atabismos que nublan las decisiones colectivas e impiden la realización de las redes sociales prosperas tan necesarias en estos días.

Así, durante esta tarde, mientras atravesábamos las filas de una marcha más en contra de la violencia y por la paz con justicia y dignidad, se escucharon voces independientes, atomizadas dirían algunos, pero con la esperanza acaso inconciente de apostar por encontrarse mutuamente con la consigna sin identificación clara.

Allí estaba la madre con su hija, explicándo que nos deteníamos en el Eje Central y Viaducto, para permitir que los contingentes de la vanguardia se acomodaran mientras descansaban después de haber caminado desde Cuernavaca hasta la Ciudad de México. Estaban también los estudiantes levantando la presencia de los goyas en la multitud que nos identifica como los universitarios que no ignoramos las causas sensibles de la sociedad y que no sólo somos solidarios sino que acompañamos nuestro paso con el desl pueblo porque somos parte de él y lo sentimos tan entrañable porque es el nuestro propio. Los curiosos extranjeros apropiándose de las imágenes a través de las capturas fotográficas, como si se tratáse simplemente de un folclor peculiar que distingue a la Ciudad de México: “Las marchas”, sin saber que en la de hoy estábamos poco más de los miles que abarrotamos el Zócalo cappitalino, sino también la presencia de los que no debieron irse nunca, de los que inocentes, sin quererse involucrar en la guerra ignorante e implacable, han sido pieza importante de la conciencia que hoy parece despertar. Los muchos viejitos con barba y sombrero con quienes fue confundido el principal convocante de este acto, cuyo nombre omitiré para no crear al personaje mítico que él mismo niega su voluntad de ser. Los jóvenes víctimas de las corunstancias delincuenciales que genera el sistema limitante de las oportunidades para que sus pares puedan desarrollar sus potencialidades como personas, reclamando por el suceso concreto que los tenía llenos de coraje sí, pero viendo en perspectiva, a través de todos estos rostros cansados pero hábidos de seguir sudando y siendo parte del paisaje urbano en una tarde de domingo, que su andar no era individual como se habían imaginado, sino colectivo y solidario como quizá jamás imaginaron. Ahí estábamos todos, siendo parte de un gran cuerpo humano, de esa parte del pueblo que decidió perder el miedo y salir de sus casas e invertir energía para gritar el descontento contra todo lo que nos quita la posibilidad de soñar y de ser libres para vivir sin miedo ante un mundo tan sombrío y hostil en el que nos están haciendo vivir.

Los pequeños contingentes sin mucha organización ni guía más que su voluntad de llegar a escuchar y ser escuchados a través del silencio colectivo, encontraron su lugar en el caudal de conciencias, hasta llegar al centro más sensible de nuestro territorio. Allí, ataviados por el inconfundible atuendo del cansancio orgulloso de precisamente vivir de pie y mirando adelante, nos encontramos con los testimonios de quienes han perdido a sus familiares en la injusta e irreal guerra contra el crímen organizado. Compartíamos todos la sapiensa de que se trata de la misma cosa, con sus matices formales e intenciones de confusión, pero identificando claramente al poder político y económico como el impedimento para salir de la paupérrima condición humana en la que estamos.

“No debieron irse”, “son más de cuarenta mil” se gritaba mientras era pronunciado cada nombre de las víctimas de esta guerra atroz y sin sentido. Sin identificar el rostro, pero sabiéndo que pudo ser aquél quien alguna vez nos ayudó cuando realmente lo necesitamos o que podía ser a quién pudimos ayudar cuando se necesitó de cada uno de nosotros, se levantaba el grito y dolía por la interminable lista de presentes en la ausencia de lo concreto. Seguramente, su energía, parte de la tierra y del aire que pisamos y respiramos, permitieron que el volumen de nuestra voz se elevara más allá de los altos techos barrocos que esperaban opacar al legítimo referente de la integridad de una nación, el pueblo.

Ese pueblo al que, valga decirlo, aún le falta aprender lecciones de historia emocional y darse cuenta de que en realidad no estábamos acompañando a un sólo padre que perdió a su jóven hijo. No sabe ese pueblo, que el rostro del principal convocante de hoy, es el suyo propio cada vez que ve su vida mancillada por el peso de la impunidad, la corrupción, la apatía y la decidia. Nos estábamos acompañando todos a cada uno, empujando la solidaridad propia y hacia los desconocidos, siendo a partir de ahí el verdadero significado fundacional de una sociedad: libres e iguales.

A poco de terrminar el acto, recordé otros muchos similares pero pretéritos que ya forman parte de mi haber. Aquellos en los que acompañé a mi padre, en contra del viejo régimen, apostando por uno con una nueva visión de estado, solidarizando el grito con el de los indígenas dignos y organizados, dirigiendo consignas en contra del poderoso que en turno era el destinatario de tantos reclamos coletcivos. Así, cuando se llamó al momento de silencio, sentí su palmada respaldándome en el hombro, su mano sosteniendo mi puño izquierdo y su energía levantando la voz de mis gritos. Le dediqué unas lágrimas por conocer todo el dolor que no ha dejado de estar en este pueblo tan conocido por él. Estaban tu mirada hacia delante, tus pasos firmes, tu imparable ímpetu y tu corazón conciente.

En un segundo miré hacia las torres que con la fuerza de la tradición y la creencia se levantan físicamente sobre todo caminante, al igual que los demás, proferímos diatribas en silencio, con gritos y gestos hacia aquellos fanáticos que intentaron acallar con campanadas de culpabilidad las tantas voces nuestras de lucha.

Otros, todos, también miraban hacia sus tiempos pasados y presentes, llenándose el líquido de los ojos de convencimiento, rabia y esperanza al mismo tiempo para, al final, quedarse con el orgullo de háberse sabido ahí, pasando lista ante la Historia.

No se acaba todo con la caída del sol o con la disolución de una manifestación popular. No, porque todos seguimos siendo parte tranversal de este mundo movido por las contradicciones. Sabedores todos de que a partir de un momento en el pasado, del que ahora formamos parte, se está levantando el gigante dormido, el que unido, jamás será vencido.

viernes, diciembre 31, 2010

Sépanlo

Sépanlo todos aquellos a quienes se acerque este texto, sea por circunstancia o por voluntad, tienen un significado para mi.

Ha cierto tiempo aprendí lo relevante de dejar constancia sobre lo remarcable en la vida, hechos que tocan fibras sensibles y se quedan ahí, crean precedentes y se convierten en puntos de referencia para la formación, crecimiento y proceso de maduración del criterio, pensamiento y acción de uno como persona.

Por costumbre y dado que no puedo abstraerme de que el fin de un año es un evento importante en la vida de nuestra sociedad, decido comunicarles mi sentir respecto a lo que este periodo de tiempo ha dejado en nosotros, como compañeros que nos ha tocado ser de fragmentos de vida.

Risas, bromas y burlas compartimos. Caminos con frío abrasador y manos agitadas. Soles quemantes y rutas aburridas. Saludos sinceros y abrazos convencionales. Despedidas temporales y otras más duraderas. Días que fueron los últimos y los primeros. Desencuentros, lejanías, malos y buenos entendidos. Comprensiones y sentimientos que no pudieron expresarse más que con abrazos fuertes, miradas brillantes o sonrisas esbozadas. Retardos desesperados y esperas comprensivas.

Sépanlo: Las etapas que han decidido cerrar y otras comenzar a mi lado, todas forman parte de mí. No dejan de estar donde nos hemos visto, escuchado, recordado y pensado. Aún cuando cualquier circunstancia efímera o más presente, pueda hacer creer que acude el deseo a ello. A pesar de todo, son indelebles en mi.

Sépanlo en el momento en que yo sé mi papel actual y futuro en este mundo, el que seguiremos compartiendo desde el mismo sendero o uno distinto.



Sinceramente

Carlos Federico Luna Martínez

lunes, diciembre 13, 2010

Sólo la luna pudo detenerme

No está mal ser negativo si la bifurcación de un camino conduce a un resultado amable para el alma. Comencé decidiendo sin haber planeado plenamente ir a visitar a mi padre y cuando estuve con él, sin hablarle pude sentirlo, al ver si ropa, sus cosas que siguen tal y cómo él las dejó, todavía con sus costumbres impregnadas, los dulces guardados por semanas y los pedacitos de papel higiénico que hacían la suerte de pañuelos emergentes. El color de la casa, acogedor a pesar de las consecuencias decididas en el pretérito por él, la pared pintada de acuerdo a su idea: si uno se instala en medio de la sala y mira hacia la cocina, puede verse en la primer pared que es frontera, un semicírculo de un metro de diámetro, color blanco y complementándolo en la pared perpendicular, la pared blanca y un semicírculo de la misma dimensión, en color verde.

Entonces hube de regresar al Centro de la Ciudad. Casi como marioneta hubiera el sendero de siempre de no ser por escuchar acordes en los audífonos que me incitaron a caminar y cantar a volumen normal, esas canciones que son tan entrañables para mi.

Las hordas nocturnas de trabajadores de limpieza y el ruido intenso de sus máquinas no fueron suficientes para acallar mi escucha y cantos que vitoreaban la novedad de la noche. Tampoco el viento producto del micro clima provocado por la altura de los rascacielos y el tiempo de estos días, ni un bajo cero habrían sido obstáculo para impedir la sucesión de pasos. No las miradas de los vecinos en la calle, entretenidos en sus visitas decembrinas a los escaparates oficiales de felicidad artificial. No sus risas ni los destellos de sus fotografías capturando una felicidad que mañana les traerá nostalgia y sufrimiento. No el piso, jardineras ni bancas posmodernas recién instaladas en la nueva calle peatonal, que imponen una nueva manera de apropiarse de ese lugar. No las interrupciones benévolas de sonrisas que me saludan y acuden a mí para compartirse y abonar más mi aprecio, tampoco las enemigas que reclaman sin éxito un espacio en mi desprecio. No el hambre nocturna, no la ansiedad intrigante, no el insomnio presente que es al mismo tiempo venidero, no el aparente caos que es control subjetivo.

¿Cuál es el objetivo me habría preguntado hace todavía poco tiempo? ¿Cuál si lo importante es llegar para descansar y mañana estar fresco para llegar temprano a las labores diarias? ¿Cuál si todo lo que normalmente algo no es mas que seguir funcionando en la promesa de la felicidad?

No hay felicidad mayor que la obligación de reflexionar sobre su ausencia y los motivos que la mantienen inalcanzable. No hay objetivos si cada paso ya está iluminado por grandes máquinas que aplastan nuestra capacidad imaginativa. Todo y todos aquí es una herramienta para llegar a un fin; se ha reducido a pequeñas coincidencias interrumpidas por la enorme convención social de tener que sonreír cuando se está serio y viceversa. La contemplación se ha terminado. Si tan sólo tuviéramos el valor de aceptar nuestra minúscula dimensión e insignificante existencia en tanto no despertemos, alcanzaríamos un asomo de libertad en la vida.

Sólo la luna pudo detenerme.

viernes, diciembre 10, 2010

Una revisión a “El impacto del concepto de cultura en el concepto del hombre” de Clifford Geertz

El estudio del hombre está recubierto a partir de dos visiones, la primera, iluminista lo concibe como un animal, únicamente diferenciado de los demás animales por su capacidad de entendimiento; la segunda, la cultural, observa al hombre como una adhesión sucesiva de experiencias a partir de referentes significantes por el paso de su vida, es decir como una construcción eterna de sí mismo. Sin embargo, las dos visiones no necesariamente son auto excluyentes.
Analicemos la visión iluminista. Ésta aducía en su momento que las prácticas culturales, “La enorme variedad de diferencias que representan los hombres en cuanto a creencias y valores, costumbres e instituciones, según los tiempos y lugares, no tiene significación alguna para definir su naturaleza”. Desprendamos de ahí la concepción de una “naturaleza” humana, ¿cuál sería en todo caso ésta? ¿Cómo entrever en una gama de prácticas tan divergentes alrededor del mundo una generalidad en el comportamiento humano que nos haga saber la existencia de reglas generales definidas como “naturaleza humana”?
Eso que los iluministas encontraban como naturaleza humana, deviene de un análisis por demás concreto, abigarrado de objetividad, perdiendo de vista las adiciones culturales como conformación misma del hombre, desdeñando la posibilidad de que el hombre pueda renovarse. Determinismo finalmente, es decir que el hombre es desde una vez y para siempre de una u otra forma. El hombre no puede ser sencillamente, por su propia naturaleza, una sola cosa desde que se le considera como hombre conciente, de una vez y para siempre (Pág. 2), es una afirmación que igualmente exige la búsqueda de la supra mencionada “naturaleza”. Y si ésta existe se encontraría en todo caso, no en las peculiaridades de cada individuo, y mucho menos en el hallazgo de ciertas regularidades en el comportamiento de sociedades a lo largo de la historia humana, sino en la relación (existente o no) entre la conducta individual y su inmersión en la sociedad; o cómo es que el actuar cotidiano de los hombres individuales se define dentro de la sociedad a la que pertenece, derivado de la manera en que precisamente pertenece a ésta y el papel desarrollado para el mantenimiento o rompimiento de las regularidades estructurales, o sea su papel como sujeto social.
Como sea, comprender al hombre desprovisto de agregaciones circunstanciales, o prácticas efímeras, modas y demás aditamentos a su naturaleza, no es posible actualmente. Y es de ése hecho de donde se forma el concepto de cultura. Por tanto, es dificultoso tratar de encontrar la frontera entre el hombre uniforme y el hombre añadido variablemente por sus prácticas culturales. Y debe tenerse especial cuidado en el análisis antropológico unitario, el concepto de Hombre pude buscarse rebasando los añadidos culturales o bien desde ellos mismos, sin embargo, la idea central puede perderse al no tratar de resolver el punto de vista. La convergencia de criterios suena, por tanto, mucho más atractiva si se le comprende como una búsqueda de relaciones entre la esencia de hombre y su actuar práctico a partir de las situaciones a las cuales ha tenido que adaptarse o responder.
Veamos entonces, que el hombre se ha desarrollado desde su inicio, menos biológicamente que en cuanto a prácticas culturales se refiere. El alba del hombre conciente se dio desde un momento histórico, definido por el crecimiento máximo del cerebro al cual se llegó, a partir de ése momento el constante paso del hombre por el mundo ha estado definido primero por la comprensión de lo que externamente percibe y el avistamiento de situaciones cada vez más complejas y su eminente solución.
Si entendemos por evento significativo todo lo que la percepción humana encuentra definitorio en su vida, como que a partir de observar el efecto que el fuego producía sobre los alimentos o la lluvia sobre la salud de los compañeros; se tuvo que adecuar no el envase biológico y preponderantemente vulnerable del hombre al medio, sino la forma en la cual el hombre actuaba dentro de circunstancias determinadas y con la existencia de tales hechos; así por ejemplo se tuvo que descubrir no el fuego, sino comprenderlo, dominarlo, y usarlo; y si la capacidad más grande del hombre o sea el raciocinio no alcanza para dominar a la lluvia y su efecto en la salud, entonces sí se pudo adecuar la forma de vida del hombre mismo ante las precipitaciones pluviales usando pieles sobre su cuerpo, construyendo refugios que lo protegieran del las corrientes combinadas con agua, elaborando sustancias que mitigaran los efectos nocivos de la exposición a tormentas en el cuerpo, creando la medicina, teniendo como pieza fundamental un extracto natural: la planta.
El hombre entonces no cambia biológicamente para perpetuarse, pero tampoco cambia al medio. Primero lo comprende y a partir de ello se adapta a partir de nuevas prácticas que le hagan posible seguir existiendo dentro de un medio que no necesariamente se ha mantenido inmaculado, pero que si al contrario fuera ¿no estaríamos ya viviendo en otras latitudes universales fuera del tercer planeta de este sistema solar? Bien puede ensayarse una respuesta afirmativa a este respecto, decir que las investigaciones estelares son la búsqueda por un nuevo hogar para la raza humana, pero actualmente ello no puede ser más que ciencia ficción.

Hubo una ruptura en el estudio del concepto del hombre durante el ocaso del siglo XIX y el alba del XX. Además fue radical, al abandonar la visión de la Ilustración, donde se veía al hombre como una máquina compleja de raciocinio despojado de agregados culturales, como “el animal transfigurado que se manifestaba en sus costumbres” (Pág. 4). La naturaleza humana se buscó no en las generalidades que la definían ante todo, sino en búsqueda de regularidades dentro de las diferentes prácticas culturales alrededor del mundo.

Si bien las costumbres asiáticas podían ser distintas a las del mediterráneo y a las de mesoamérica, se buscaba algún factor en común en todas para así poder distinguir entre las prácticas dispersas o efímeras del hombre, de las definitorias de su naturaleza más general y suprema.

Sin embargo, la idea de un consenso general de los hombres, mediante el cual se aceptaban ciertas cosas como verdaderas o falsas, buenas o malas, de modo general, no era enteramente nueva, aunque aportaba la idea de que “algunos aspectos de la cultura asumen sus formas específicas sólo como resultado de accidentes históricos; otros son modelados por fuerzas que propiamente pueden llamarse universales” (Cita del autor en Pág. 5) Y para que ésa idea pudiera sostenerse era necesario:
Que los principios universales tuvieran respaldo sustancial; Que se funden en procesos biológicos, psicológicos; y
“que puedan ser defendidos convincentemente como elementos culturales en una definición de humanidad…” (Pág. 5)

Principalmente los puntos no se sostienen en tanto que los principios generales que definen y aparentemente hacen converger a distintas culturas, si bien pueden percibirse de la misma forma, no necesariamente lo significan.

No se afirma la imposibilidad de hallar generalizaciones del hombre como tal, ni que la cultura no ayuda para ello, sino que las mismas no podrán encontrarse en la búsqueda de universalidades culturales porque se caería en el relativismo cultural, concepto que aterriza la idea de que no hay fórmulas que definan al hombre como tal, sino evitándolo a partir del estudio de las diversidades culturales dentro del concepto de hombre. Además de ello, no se pueden distinguir los rasgos culturales de los no culturales, en tanto que sus aspectos se han separado en disciplinas muy diversas.

Ahora bien, si se despliega la idea de los universales culturales al funcionamiento de las sociedades y a través de las necesidades humanas primordiales, se trata de encontrar congruencias o puntos de inflexión entre una necesidad humana y universales culturales. Así, por ejemplo la necesidad de perpetuidad de la especie se expresa a partir de distintas formas de las relaciones sociales, “En el plano psicológico, se recurre a ciertas necesidades básicas como el crecimiento personal –de ahí la ubicuidad de las instituciones educativas- o a problema panhumanos, como la situación edípica; de ahí la ubicuidad de los dioses punitivos y de las diosas que prodigan cuidados” (Pág. 7). Sin embargo, la dificultad de hallazgo de dichas congruencias estriba en que necesariamente se tendrían que hacer derivaciones exactas entre las respuestas institucionales a determinadas necesidades de la existencia humana. Pero qué pasa si consideráramos que la institución del matrimonio no sólo responde a la necesidad de procreación permanente del ser humano, sino también a eventuales necesidades psicológicas y económicas.


En todo caso, este intento sólo podría generar ciertas aproximaciones o puntos de referencia, por su falta de precisión entre una necesidad humana y una respuesta institucional, entre factores culturales y factores no culturales. Queda claro en este punto que las generalizaciones no sólo no son válidas en su enunciación, sino que presumiblemente tampoco en su búsqueda.

Retomando la idea del hombre como un animal que llegó en determinado momento histórico a cierto desarrollo biológico y a partir de ahí sólo ha tenido adiciones culturales, es la concepción de la cultura misma desde dos perspectivas:
La cultura entendida sólo como esquemas concretos de conducta.
La cultura vista como mecanismos de control gobernantes del comportamiento humano.

Siendo el segundo aspecto el sujeto de esta parte del análisis. En él se asume la premisa de que el raciocinio humano es social y que se dan en función de los símbolos significativos enunciados líneas atrás. Con ello, el individuo nace ya con determinados símbolos significativos y los reproduce en el devenir de su existencia y eventualmente le añade cuestiones muy particulares a prácticas generales. En este punto hay que considerar también la posibilidad de ruptura de estos símbolos significativos, en virtud de que ciertos hechos históricos son potenciales influencias de cambio en la comprensión y respuesta a ciertos fenómenos que el hombre experiencia. Lo que vive el hombre, y nace con ello, tampoco debe verse como una cosa dada desde siempre, sino como la sucesión de adhesiones que muchos hombres y muchas sociedades han hecho a lo original de un aspecto en particular.

Lo anterior explica la necesidad de referentes externos al hombre para su definición y sobre todo para su actuar y acaso explican su gran capacidad de aprendizaje en contraste con las capacidades de otras especies animales en el mundo, que superponen naturalmente su capacidad de adaptación biológica.

El hombre lo que tiene de origen “son facultades de respuesta en extremo generales que, si bien hacen posible mayor plasticidad, mayor complejidad y, en las dispersas ocasiones en que todo funciona como debería, mayor efectividad de conducta, están mucho menos precisamente reguladas” (Pág. 9) por lo cual esa gran capacidad de aprendizaje y respuesta requiere de un gobierno a partir de estructuras culturales, ya que de otra forma se generaría un caos de comportamientos, si bien todos ampliamente desarrollados (y desarrollables), no se tendría un referente al cual dirigirse. La cultura se convierte en un imperativo necesario en la existencia humana a partir de su capacidad, no es sólo expresión acumulada de experiencias, sino condición esencial del ser y desarrollo humano.

La cultura es también el hallazgo de esa conexión existente entre la capacidad de desarrollar ciertas actividades por el hombre y la forma concreta en que las lleva a cabo. Dicho de otra forma, todo ser humano nace con las mismas capacidades de desarrollo, con la posibilidad de vivir de distintas formas, sin embargo, y de acuerdo tanto a sus peculiaridades individuales como a sus condiciones de existencia, termina viviendo sólo de una manera específica.

En suma, las distintas posturas que han tratado de explicar al hombre, por un lado la visión iluminista de la Ilustración, y por otro la antropología clásica, si bien tienen sus distinciones muy claramente marcadas, coinciden en ser tipológicas. La primera por ejemplo, propone despojar al ser humano de la vestimenta cultural y con ello llegar al hombre natural. Por otro lado, la antropología propone el encuentro de las regularidades en distintas culturas para así arribar al hombre del consenso. Sin embargo, en ambos casos “la individualidad llega a concebirse como una excentricidad, el carácter distintivo como una desviación accidental del único objeto legítimo de estudio que es la verdadera ciencia: el tipo inmutable, subyacente, normativo… los detalles vivos quedan ahogados por el estereotipo muerto” (Págs. 15 y 16). Se cortan las posibilidades de comprensión general por el encuadre arquetípico que se hace del hombre.

Para encontrar la esencia de lo que es el hombre, debe verse lo que son los hombres, es decir la ilustración de variedad, un crisol tal cual puesto a la vista del investigador. En este punto es, precisamente, que la cultura converge con el hombre, viendo a la cultura como “una serie de dispositivos simbólicos para controlar la conducta, como una serie de fuentes extrasomáticas de información, la cultura suministra el vínculo entre lo que los hombres son intrínsecamente capaces de llegar a ser y lo que realmente llegan a ser uno por uno” (Pág. 14). Entonces, el hombre no se define a partir de sus caracteres innatos solamente, ni de sus añadidos culturales nada más, sino en la relación entre ambas esferas, o sea en la forma en que la naturalidad del hombre se traduce en prácticas culturales, “por la manera en que las potencialidades genéricas del hombre se concentran en sus acciones específicas” (Pág. 14)

Finalmente, es óptimo suprimir las etiquetas, comprender que el análisis de lo universal pasa por lo particular, la forma en la cual el hombre particular encuentra su función dentro de la sociedad y cómo es que este hombre pertenece a determinada sociedad.








NOTA:
Todas las citas son del texto utilizado en la bibliografía, por lo cual solo se menciona entre paréntesis la página a la que pertenece.


BIBLIOGRAFÍA:
Geertz, Clifford; el impacto del concepto de cultura en el concepto del hombre; en: http://inicia.es/de/cgarciam/geertz01.htm