viernes, diciembre 10, 2010

Una revisión a “El impacto del concepto de cultura en el concepto del hombre” de Clifford Geertz

El estudio del hombre está recubierto a partir de dos visiones, la primera, iluminista lo concibe como un animal, únicamente diferenciado de los demás animales por su capacidad de entendimiento; la segunda, la cultural, observa al hombre como una adhesión sucesiva de experiencias a partir de referentes significantes por el paso de su vida, es decir como una construcción eterna de sí mismo. Sin embargo, las dos visiones no necesariamente son auto excluyentes.
Analicemos la visión iluminista. Ésta aducía en su momento que las prácticas culturales, “La enorme variedad de diferencias que representan los hombres en cuanto a creencias y valores, costumbres e instituciones, según los tiempos y lugares, no tiene significación alguna para definir su naturaleza”. Desprendamos de ahí la concepción de una “naturaleza” humana, ¿cuál sería en todo caso ésta? ¿Cómo entrever en una gama de prácticas tan divergentes alrededor del mundo una generalidad en el comportamiento humano que nos haga saber la existencia de reglas generales definidas como “naturaleza humana”?
Eso que los iluministas encontraban como naturaleza humana, deviene de un análisis por demás concreto, abigarrado de objetividad, perdiendo de vista las adiciones culturales como conformación misma del hombre, desdeñando la posibilidad de que el hombre pueda renovarse. Determinismo finalmente, es decir que el hombre es desde una vez y para siempre de una u otra forma. El hombre no puede ser sencillamente, por su propia naturaleza, una sola cosa desde que se le considera como hombre conciente, de una vez y para siempre (Pág. 2), es una afirmación que igualmente exige la búsqueda de la supra mencionada “naturaleza”. Y si ésta existe se encontraría en todo caso, no en las peculiaridades de cada individuo, y mucho menos en el hallazgo de ciertas regularidades en el comportamiento de sociedades a lo largo de la historia humana, sino en la relación (existente o no) entre la conducta individual y su inmersión en la sociedad; o cómo es que el actuar cotidiano de los hombres individuales se define dentro de la sociedad a la que pertenece, derivado de la manera en que precisamente pertenece a ésta y el papel desarrollado para el mantenimiento o rompimiento de las regularidades estructurales, o sea su papel como sujeto social.
Como sea, comprender al hombre desprovisto de agregaciones circunstanciales, o prácticas efímeras, modas y demás aditamentos a su naturaleza, no es posible actualmente. Y es de ése hecho de donde se forma el concepto de cultura. Por tanto, es dificultoso tratar de encontrar la frontera entre el hombre uniforme y el hombre añadido variablemente por sus prácticas culturales. Y debe tenerse especial cuidado en el análisis antropológico unitario, el concepto de Hombre pude buscarse rebasando los añadidos culturales o bien desde ellos mismos, sin embargo, la idea central puede perderse al no tratar de resolver el punto de vista. La convergencia de criterios suena, por tanto, mucho más atractiva si se le comprende como una búsqueda de relaciones entre la esencia de hombre y su actuar práctico a partir de las situaciones a las cuales ha tenido que adaptarse o responder.
Veamos entonces, que el hombre se ha desarrollado desde su inicio, menos biológicamente que en cuanto a prácticas culturales se refiere. El alba del hombre conciente se dio desde un momento histórico, definido por el crecimiento máximo del cerebro al cual se llegó, a partir de ése momento el constante paso del hombre por el mundo ha estado definido primero por la comprensión de lo que externamente percibe y el avistamiento de situaciones cada vez más complejas y su eminente solución.
Si entendemos por evento significativo todo lo que la percepción humana encuentra definitorio en su vida, como que a partir de observar el efecto que el fuego producía sobre los alimentos o la lluvia sobre la salud de los compañeros; se tuvo que adecuar no el envase biológico y preponderantemente vulnerable del hombre al medio, sino la forma en la cual el hombre actuaba dentro de circunstancias determinadas y con la existencia de tales hechos; así por ejemplo se tuvo que descubrir no el fuego, sino comprenderlo, dominarlo, y usarlo; y si la capacidad más grande del hombre o sea el raciocinio no alcanza para dominar a la lluvia y su efecto en la salud, entonces sí se pudo adecuar la forma de vida del hombre mismo ante las precipitaciones pluviales usando pieles sobre su cuerpo, construyendo refugios que lo protegieran del las corrientes combinadas con agua, elaborando sustancias que mitigaran los efectos nocivos de la exposición a tormentas en el cuerpo, creando la medicina, teniendo como pieza fundamental un extracto natural: la planta.
El hombre entonces no cambia biológicamente para perpetuarse, pero tampoco cambia al medio. Primero lo comprende y a partir de ello se adapta a partir de nuevas prácticas que le hagan posible seguir existiendo dentro de un medio que no necesariamente se ha mantenido inmaculado, pero que si al contrario fuera ¿no estaríamos ya viviendo en otras latitudes universales fuera del tercer planeta de este sistema solar? Bien puede ensayarse una respuesta afirmativa a este respecto, decir que las investigaciones estelares son la búsqueda por un nuevo hogar para la raza humana, pero actualmente ello no puede ser más que ciencia ficción.

Hubo una ruptura en el estudio del concepto del hombre durante el ocaso del siglo XIX y el alba del XX. Además fue radical, al abandonar la visión de la Ilustración, donde se veía al hombre como una máquina compleja de raciocinio despojado de agregados culturales, como “el animal transfigurado que se manifestaba en sus costumbres” (Pág. 4). La naturaleza humana se buscó no en las generalidades que la definían ante todo, sino en búsqueda de regularidades dentro de las diferentes prácticas culturales alrededor del mundo.

Si bien las costumbres asiáticas podían ser distintas a las del mediterráneo y a las de mesoamérica, se buscaba algún factor en común en todas para así poder distinguir entre las prácticas dispersas o efímeras del hombre, de las definitorias de su naturaleza más general y suprema.

Sin embargo, la idea de un consenso general de los hombres, mediante el cual se aceptaban ciertas cosas como verdaderas o falsas, buenas o malas, de modo general, no era enteramente nueva, aunque aportaba la idea de que “algunos aspectos de la cultura asumen sus formas específicas sólo como resultado de accidentes históricos; otros son modelados por fuerzas que propiamente pueden llamarse universales” (Cita del autor en Pág. 5) Y para que ésa idea pudiera sostenerse era necesario:
Que los principios universales tuvieran respaldo sustancial; Que se funden en procesos biológicos, psicológicos; y
“que puedan ser defendidos convincentemente como elementos culturales en una definición de humanidad…” (Pág. 5)

Principalmente los puntos no se sostienen en tanto que los principios generales que definen y aparentemente hacen converger a distintas culturas, si bien pueden percibirse de la misma forma, no necesariamente lo significan.

No se afirma la imposibilidad de hallar generalizaciones del hombre como tal, ni que la cultura no ayuda para ello, sino que las mismas no podrán encontrarse en la búsqueda de universalidades culturales porque se caería en el relativismo cultural, concepto que aterriza la idea de que no hay fórmulas que definan al hombre como tal, sino evitándolo a partir del estudio de las diversidades culturales dentro del concepto de hombre. Además de ello, no se pueden distinguir los rasgos culturales de los no culturales, en tanto que sus aspectos se han separado en disciplinas muy diversas.

Ahora bien, si se despliega la idea de los universales culturales al funcionamiento de las sociedades y a través de las necesidades humanas primordiales, se trata de encontrar congruencias o puntos de inflexión entre una necesidad humana y universales culturales. Así, por ejemplo la necesidad de perpetuidad de la especie se expresa a partir de distintas formas de las relaciones sociales, “En el plano psicológico, se recurre a ciertas necesidades básicas como el crecimiento personal –de ahí la ubicuidad de las instituciones educativas- o a problema panhumanos, como la situación edípica; de ahí la ubicuidad de los dioses punitivos y de las diosas que prodigan cuidados” (Pág. 7). Sin embargo, la dificultad de hallazgo de dichas congruencias estriba en que necesariamente se tendrían que hacer derivaciones exactas entre las respuestas institucionales a determinadas necesidades de la existencia humana. Pero qué pasa si consideráramos que la institución del matrimonio no sólo responde a la necesidad de procreación permanente del ser humano, sino también a eventuales necesidades psicológicas y económicas.


En todo caso, este intento sólo podría generar ciertas aproximaciones o puntos de referencia, por su falta de precisión entre una necesidad humana y una respuesta institucional, entre factores culturales y factores no culturales. Queda claro en este punto que las generalizaciones no sólo no son válidas en su enunciación, sino que presumiblemente tampoco en su búsqueda.

Retomando la idea del hombre como un animal que llegó en determinado momento histórico a cierto desarrollo biológico y a partir de ahí sólo ha tenido adiciones culturales, es la concepción de la cultura misma desde dos perspectivas:
La cultura entendida sólo como esquemas concretos de conducta.
La cultura vista como mecanismos de control gobernantes del comportamiento humano.

Siendo el segundo aspecto el sujeto de esta parte del análisis. En él se asume la premisa de que el raciocinio humano es social y que se dan en función de los símbolos significativos enunciados líneas atrás. Con ello, el individuo nace ya con determinados símbolos significativos y los reproduce en el devenir de su existencia y eventualmente le añade cuestiones muy particulares a prácticas generales. En este punto hay que considerar también la posibilidad de ruptura de estos símbolos significativos, en virtud de que ciertos hechos históricos son potenciales influencias de cambio en la comprensión y respuesta a ciertos fenómenos que el hombre experiencia. Lo que vive el hombre, y nace con ello, tampoco debe verse como una cosa dada desde siempre, sino como la sucesión de adhesiones que muchos hombres y muchas sociedades han hecho a lo original de un aspecto en particular.

Lo anterior explica la necesidad de referentes externos al hombre para su definición y sobre todo para su actuar y acaso explican su gran capacidad de aprendizaje en contraste con las capacidades de otras especies animales en el mundo, que superponen naturalmente su capacidad de adaptación biológica.

El hombre lo que tiene de origen “son facultades de respuesta en extremo generales que, si bien hacen posible mayor plasticidad, mayor complejidad y, en las dispersas ocasiones en que todo funciona como debería, mayor efectividad de conducta, están mucho menos precisamente reguladas” (Pág. 9) por lo cual esa gran capacidad de aprendizaje y respuesta requiere de un gobierno a partir de estructuras culturales, ya que de otra forma se generaría un caos de comportamientos, si bien todos ampliamente desarrollados (y desarrollables), no se tendría un referente al cual dirigirse. La cultura se convierte en un imperativo necesario en la existencia humana a partir de su capacidad, no es sólo expresión acumulada de experiencias, sino condición esencial del ser y desarrollo humano.

La cultura es también el hallazgo de esa conexión existente entre la capacidad de desarrollar ciertas actividades por el hombre y la forma concreta en que las lleva a cabo. Dicho de otra forma, todo ser humano nace con las mismas capacidades de desarrollo, con la posibilidad de vivir de distintas formas, sin embargo, y de acuerdo tanto a sus peculiaridades individuales como a sus condiciones de existencia, termina viviendo sólo de una manera específica.

En suma, las distintas posturas que han tratado de explicar al hombre, por un lado la visión iluminista de la Ilustración, y por otro la antropología clásica, si bien tienen sus distinciones muy claramente marcadas, coinciden en ser tipológicas. La primera por ejemplo, propone despojar al ser humano de la vestimenta cultural y con ello llegar al hombre natural. Por otro lado, la antropología propone el encuentro de las regularidades en distintas culturas para así arribar al hombre del consenso. Sin embargo, en ambos casos “la individualidad llega a concebirse como una excentricidad, el carácter distintivo como una desviación accidental del único objeto legítimo de estudio que es la verdadera ciencia: el tipo inmutable, subyacente, normativo… los detalles vivos quedan ahogados por el estereotipo muerto” (Págs. 15 y 16). Se cortan las posibilidades de comprensión general por el encuadre arquetípico que se hace del hombre.

Para encontrar la esencia de lo que es el hombre, debe verse lo que son los hombres, es decir la ilustración de variedad, un crisol tal cual puesto a la vista del investigador. En este punto es, precisamente, que la cultura converge con el hombre, viendo a la cultura como “una serie de dispositivos simbólicos para controlar la conducta, como una serie de fuentes extrasomáticas de información, la cultura suministra el vínculo entre lo que los hombres son intrínsecamente capaces de llegar a ser y lo que realmente llegan a ser uno por uno” (Pág. 14). Entonces, el hombre no se define a partir de sus caracteres innatos solamente, ni de sus añadidos culturales nada más, sino en la relación entre ambas esferas, o sea en la forma en que la naturalidad del hombre se traduce en prácticas culturales, “por la manera en que las potencialidades genéricas del hombre se concentran en sus acciones específicas” (Pág. 14)

Finalmente, es óptimo suprimir las etiquetas, comprender que el análisis de lo universal pasa por lo particular, la forma en la cual el hombre particular encuentra su función dentro de la sociedad y cómo es que este hombre pertenece a determinada sociedad.








NOTA:
Todas las citas son del texto utilizado en la bibliografía, por lo cual solo se menciona entre paréntesis la página a la que pertenece.


BIBLIOGRAFÍA:
Geertz, Clifford; el impacto del concepto de cultura en el concepto del hombre; en: http://inicia.es/de/cgarciam/geertz01.htm

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