martes, agosto 18, 2009

¿En qué momento?

La identidad es un rasgo distintivo en toda sociedad, se define entre otros aspectos por las características geográficas o climáticas en las que viven los grupos de personas, pero además va cambiando en el tiempo. Se disemina, se reinterpreta, se reinventa, se manipula y utiliza para fines específicos.

¿En qué momento acudir a terapia o considerar la necesidad de ello se convirtió en un elemento distintivo en la sociedad occidental de jóvenes contemporáneos?

Admitiendo la premisa y el cuestionamiento previos, ensayo algunas consideraciones.

Primero. Como se sabe, la juventud es una etapa en la que se definen los aspectos más importantes de la vida: el profesional, económico y sentimental al menos. En la profesión se desarrollan habilidades especializadas en diversas materias, mientras que en lo económico se materializa la remuneración obtenida en productos y consumos que se supone satisfacen nuestras necesidades. Estos dos, se refieren a una objetividad del ser.

El aspecto sentimental, en cambio tiene que ver con una complejidad tan intrincada que resulta actualmente cliché leer sobre ello, no porque se haya revisado mucho, sino porque no es un tópico que se nos diga merezca una discusión seria. Como se refiere a la subjetividad del ser, reviste una serie de cuestionamientos que no cesan a lo largo de nuestras vidas e incluso cuando creemos estar haciendo algo por responder a ciertas preguntas, surgen otras nuevas.

Ahora bien, el contexto en el que se desenvuelve la actual población de personas jóvenes, se refiere a los últimos 30 años. Es decir, la etapa en que la tecnocracia empezó a acaparar los espacios de las decisiones políticas y la idea de la socialdemocracia llegó para convencer de que la tercera vía era, precisamente, viable.

En ese sentido, resulta válido acudir a esta idea marxista de que la humanidad se encuentra en la prehistoria, o al menos así lo pensaba el filósofo de Colonia en el siglo XIX. No obstante, suponiendo sin conceder, que para poco más de la mitad del siglo XX se hubiera avanzado algo en el crecimiento de la especie humana, podría decirse que estábamos en la juventud.

Después de todo habían sucedido varios acontecimientos históricos que podían darnos algún crédito en el largo proceso de despertar y madurar. Desde la mismísima Comuna de París, las revoluciones Liberal, Mexicana, Bolchevique, Cultural, Cubana y el rescate de temas como repartición de la tierra y el cuestionamiento serio de la explotación del hombre por el hombre. Pero no tardo esto en comenzar a desacomodarse. Vino la carrera espacial y armamentista, el American Way of Life contra la alternativa de alinearse al "Socialismo Real", los años sesenta y en particular 1968, el asesinato del Ché, los golpes de Estado en Latinoamérica, el PRI y su mal llamada "dictadura perfecta". Dos eventos más o menos importantes en ese transcurso: En la definición y defensa ideológica de los partidos de izquierda y derecha por sus respectivos ideales, primero, tenemos a la derecha conservadora mexicana con el PAN, manteniendo una oposición al gobierno priísta y de vez en cuando sacando temas innovadores, como los derechos políticos de los ciudadanos en los ochentas; por su parte, la izquierda mexicana debatiéndose entre el bien descrito por el maestro José Revueltas "proletariado sin cabeza" y la entrada a la vida oficial y alejada de la clandestinidad con el registro del Partido Comunista Mexicano.

En un bando ganaron los más conservadores y ocultaron la posibilidad de darle poder a voces demócratas con cierta conciencia de la realidad de este país. En el otro, triunfaron los renovadores, inundando las filas de los rojos de ideas sobre entrar al proceso de democratización y abandonar la radicalidad de las ideas. Como se ve, por un lado se abrió el paso a una radicalización y por el otro a un matiz.

A finales de los años ochenta, el mundo finalmente "se dio cuenta de que el socialismo y el comunismo" podían derrumbarse en solamente un día. Arribó la socialdemocracia como la opción a seguir y El Pacto de La Moncloa fue la mejor puesta en escena para convencer de ello a los intelectuales que después pasarían a formar parte de los equipos de leyes que actualmente rigen mucho de nuestras vidas en el aspecto político, como el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales en el caso de México.

Todo eso combinado con la permanente crisis económica en la que los jóvenes de esta generación hemos vivido. Incluso, sería correcto afirmar que muchos de nosotros nacimos con un país en crisis económica y así seguimos.

Hasta aquí el contexto.

Ahora bien, como se sabe, las ideas progresistas vienen del cuestionamiento al stablishment o el actual status quo o como quieran llamarle, pero se refiere a esa inquietud permanente por descubrir mejores formas de hacer las cosas a como se han venido haciendo. Eso es ser joven. Lo otro, el alineamiento a disciplinas estrictas que limitan la expresión de las necesidades humanas y disfrazan a la población con el atuendo de personas eficientes, funcionales, dentro del mainstream, eso otro no puede llamarse juventud, sino enajenación.

Cuando esos factores se dan en una sociedad como la nuestra en un momento histórico como el que nos toca vivir (de un reciente cambio de partido hegemónico en el partido hacia otro conservador, de la fundada sospecha de un fraude electoral de grandes proporciones y de la más reciente aún oleada de emisión de votos nulos) la juventud se encuentra en un panorama por demás sombrío e incierto en cuanto a su participación en los asuntos públicos. Es posible afirmar, que se encuentra no sólo ante una crisis de identidad, sino inclusive, ante una crisis de insumos de identidad. Y con ello quiero decir que, al menos antes, se tenían ideales más o menos claros por los cuales definirse, pero ahora parece que la opción para muchos ha sido manifestar la voluntad de desaparecer políticamente.

Paralelo a ello, está la vida diaria. En la que todos los jóvenes intentamos abrirnos paso en el mundo de los aspectos que definí al principio, o sea en lo profesional, en lo económico y en lo sentimental. Estos tres ámbitos, de la mano, nos imponen conductas que de manera general y en automático niegan nuestra naturaleza como jóvenes. En los trabajos se exige vestimenta formal para cuidar la imagen corporativa o institucional (lo cual define indistintamente la actitud de la iniciativa privada y de la administración pública); en lo económico cada vez se nos crean nuevas necesidades y se nos inserta en una lógica de consumo de la cual, voluntariamente, no queremos salir. Lo sentimental, acaso sea por su naturaleza subjetiva, tenemos un poco más de margen de maniobra: sí se tiene la proclividad hacia elegir parejas estables en los aspectos fundamentales de su vida, pero todavía tenemos la opción de elegir si nuestra pareja puede o no ser lo que alguna vez nos imaginamos sería nuestro ideal. Es claro que hay una incompatibilidad y lo sentimental muchas veces resulta siendo un refugio ante los otros dos aspectos más fundamentales.

Ante ello, devienen dos grupos principales de jóvenes. Y aquí es como vemos que la dialéctica sigue vigente, precisamente de la resolución de uno de los problemas fundamentales de la filosofía: la contraposición entre el materialismo y el idealismo. Por un lado están aquellos que se orientan por conseguir armar un buen proyecto de vida, al lado quizá de amigos, pero sin la estabilidad de una relación de pareja. Por el otro, están quienes deciden priorizar el aspecto sentimental y reducen sus capacidades de desarrollo intelectual, profesional y económico, en pocas palabras deciden por voluntad ser alienados por el sistema y se entregan a él, sirviéndole al nivel de objetivarse, es decir, convertirse en objetos, reduciendo su capacidad de pensar subjetivamente, o sea humana.

A veces, en las apariencias se esconde lo intrincado de un tema. Como puede verse en el párrafo previo, decía que los materialistas piensan en lo concreto, en lo objetivo, mientras que los idealistas dan prioridad a lo sentimental, pero terminan por objetivarse, o sea que al tener razonamientos subjetivos y contemplativos de la realidad, al no cuestionarla, llegan al punto de convertirse en una especie de objetos con cierta utilidad, pero objetos al fin. Los otros por su parte, aquellos quienes dieron más importancia a lo intelectual, profesional y económico, lo hacen precisamente porque dentro de lo concreto de su pensamiento se está expresando al mismo tiempo una subjetividad aún más compleja que la relacionada con la solución de asuntos sentimentales. No, estos problemas de los materialistas se tratan de la existencia misma, son los verdaderos filósofos de nuestro tiempo, aunque desgraciadamente no lo saben y quizá está bien que sea así.

De todo lo anterior resulta la respuesta a la pregunta hecha en el segundo párrafo. Y aquí aclaro que la pregunta se refiere sólo al grupo de jóvenes que cuestionan la realidad y algunos hacen esfuerzos para transformarla desde donde sienten que tienen la capacidad de hacerlo. El otro grupo, de los que por su abigarrada subjetividad se vuelven objetos, aquí ya no importa.

Ante la ignorancia de saberse determinantes para el actual momento crucial del pensamiento humano, los jóvenes filósofos contemporáneos, en el fondo sienten que saben algo, pero no qué es en concreto. Entonces, su naturaleza interrogativa los obliga a cuestionárselo de la siguiente forma "¿Qué es eso que sé que sé, pero no sé qué es?". La respuesta menos complicada es afirmar que hay alguna anomalía en esa forma de pensar, y seguramente hay un problema en la forma de razonar. De ahí surge la necesidad de concurrir a terapia psicológica o psiquiátrica.

Y la asistencia multitudinaria, es decir su conversión en moda viene de lo siguiente: en este grupo de estudio no hay homogeneidad, sino que algunos miembros llamados "wanabes" siguen ciegamente algunas conductas por su propia incapacidad de definirse cognitivamente. Entonces, si al principio de este fenómeno, acudía un número reducido de personas jóvenes a terapia, pero estos eran líderes de los otros, esto se convirtió en un elemento distintivo. Después terminó siendo un modelo a seguir, luego una moda.

A pesar del panorama descrito, lo cierto es que siguen existiendo estos filósofos jóvenes que son el motor de muchos cambios que vendrán en el futuro cercano. No por nada, Bordieu bien afirmaba que "la incertidumbre abre paso a la creatividad".

miércoles, agosto 12, 2009

¿Por qué no puedo llorar?

Hay al menos tres ocasiones relevantes en que me lo he preguntado. La primera, rondando los dieciséis años, en una discusión cuyo tema no recuerdo fielmente pero que seguramente tenía que ver con posiciones políticas y sus repercusiones en la convivencia diaria. Era entre mi padre y yo. Como suele suceder, el adolescente es muy cruel en sus juicios y aseveraciones y terminé trayendo varias experiencias que lastimaron a mi padre.

Cuando era niño y erraba en mis pasos, de vez en cuando recibía reprimendas físicas, generalmente nalgadas, nunca golpes. Pero esa ocasión no hubo siquiera asomo alguno de que pudiera suceder algo similar y acaso por ello sentí la diferencia en el trato de mi padre, pero me aferré a demandar su atención como si siguiera siendo yo un infante. Claro que lo era, torpe y emocionalmente ciego.

La discusión terminó con una sentencia que jamás olvidaré. Mi padre llorando de impotencia diciéndome: Ganaste. Y hasta ese momento advertí que en realidad había perdido. Mi sensibilidad que en algún momento me caracterizó cuando era cariñoso con él, los abrazos que le daba y bromeaba con que no podía tocar mis manos por lo grueso de su tierna panza, cuanod me calentaba las manos en invierno después de demostrarme lo valioso de una actividad física cuando el viento helado cala los huesos, ese calor de sus manos, cuánto lo extrañé en ese momento.

La segunda ocasión fue al terminar una relación con Karina. Cerca de cinco años fuimos verdaderamente novios. Más allá de lo convencional que implican los actos amatorios ó la convivencia con las familias de cada uno, fuimos novios. Compartimos muchas de las condiciones más adversas y felices en la vida jóvenes. Sin embargo, siempre me fue complicado ser fiel, pero más bien en temporadas. No siempre lo fui.

Comenzando el tercer año de esa relación, nos separamos por la fuerza de las actividades cotidianas. Ella entró a la universidad y yo estaba trabajando y desde la trinchera autodidácta me preparaba para mi incursión en los estudios superiores de ciencia política. Probando lo que significó ese tipo de separación benévola, advertí lo valioso de que los dos creciéramos paralelamente en aspectos distintos pero igualmente importantes y después de algún corto tiempo sucedió: había conocido a alguien, pero no se atrevía a decirme que quería estar con él. No me dolió. Incluso intenté experimentar una relación abierta. No sucedió.

Terminó esa etapa, en el año posterior hubo felicidad y enojos aleatorios como normalmente sucede. Después llegó otra temporada de infidelidad: comencé a interesarme por alguien más cuyo significado a la distancia, no por ella como persona, sino por su incidencia en mi vida sentimental, es casi nulo.

Era junio de 2006 y yo intercambiaba mensajes por diversos medios con ella. Aquella noche en que Karina, Armando y yo fuimos al café Gante para celebrar el éxito en el trabajo que cada uno desarrollaba en la que, por cierto, era la misma oficina, se enteró de mis intenciones con aquella otra mujer. Aquello fue catastrófico para su corazón, sobre todo después de que meses atrás me dijo "Sé cómo eres, que no puedes ser fiel. Pero te pido, ahora que trabajamos juntos, que no lo hagas aquí. Que no me de cuenta". No me dolió.

La velada terminó quién sabe y cómo y la fuerza de la costumbre nos llevó a dormir juntos. A la mitad de la noche, se despertó en medio de sollozos de reclamo fuertes e inundada en lágrimas de inmenso dolor. La desconocí completamente. Incluso se atrevió a llamar a quien había sido interlocutora de mis espurios cortejos. Aquello terminó también por la fuerza de los minutos y el cansancio de los ruegos. Después, aunque ocultábamos el hecho como si fuera (como en realidad lo era) algo vergonzoso, sabíamos que todo había cambiado, que yo era más egoísta de lo que muchas veces me reclamó, que de acuerdo a mis pensamientos en efecto era más egoísta pero tenía justificación de serlo. En síntesis, nos separamos por la vía de los hechos. No fue sino hasta cerca de seis meses después cuando nos encontrámos acudiéndo a un llamado de ella en el que me pidió "tener sexo como amigos" que me di cuenta del nuevo estado de cosas: mi amor había terminado.

La tercera, sucede actualmente. Mi padre tiene cáncer y todo lo que envuelve a ese padecimiento me ha tocado vivirlo al lado suyo y de los miembros de mi familia. Desde la negación y duda sobre los diagnósticos médicos, hasta la más ferviente lucha, pasando naturalmente por los crudos estados físicos y emocionales. Pienso de manera recurrente en que el fin de ese suplicio llegue, por cualquier camino, el de la salud o de descanso y al mismo tiempo cuestiono el papel que tengo, más por la vía de los hechos que del consenso, de auxiliar a veces en un esto, otras en lo otro, pero tratando de llevar mi vida como una cuestión aparte. Después de todo me respondo que precisamente eso, el abstraerme, me da fuerza para hacer frente a lo actual y al futuro en el sentido en que vaya a presentarse.

Cuando encuentro mi imposibilidad casi física de expresar los sentimientos de dolor o tristeza, me duele aún más por dentro. Ese nudo es cierto y es enorme y aprieta de una manera tan extraña. Lo que más lastima a un espíritu como el mío, es la no comprensión de lo sucedido en el mundo que lo rodea.