viernes, diciembre 31, 2010

Sépanlo

Sépanlo todos aquellos a quienes se acerque este texto, sea por circunstancia o por voluntad, tienen un significado para mi.

Ha cierto tiempo aprendí lo relevante de dejar constancia sobre lo remarcable en la vida, hechos que tocan fibras sensibles y se quedan ahí, crean precedentes y se convierten en puntos de referencia para la formación, crecimiento y proceso de maduración del criterio, pensamiento y acción de uno como persona.

Por costumbre y dado que no puedo abstraerme de que el fin de un año es un evento importante en la vida de nuestra sociedad, decido comunicarles mi sentir respecto a lo que este periodo de tiempo ha dejado en nosotros, como compañeros que nos ha tocado ser de fragmentos de vida.

Risas, bromas y burlas compartimos. Caminos con frío abrasador y manos agitadas. Soles quemantes y rutas aburridas. Saludos sinceros y abrazos convencionales. Despedidas temporales y otras más duraderas. Días que fueron los últimos y los primeros. Desencuentros, lejanías, malos y buenos entendidos. Comprensiones y sentimientos que no pudieron expresarse más que con abrazos fuertes, miradas brillantes o sonrisas esbozadas. Retardos desesperados y esperas comprensivas.

Sépanlo: Las etapas que han decidido cerrar y otras comenzar a mi lado, todas forman parte de mí. No dejan de estar donde nos hemos visto, escuchado, recordado y pensado. Aún cuando cualquier circunstancia efímera o más presente, pueda hacer creer que acude el deseo a ello. A pesar de todo, son indelebles en mi.

Sépanlo en el momento en que yo sé mi papel actual y futuro en este mundo, el que seguiremos compartiendo desde el mismo sendero o uno distinto.



Sinceramente

Carlos Federico Luna Martínez

lunes, diciembre 13, 2010

Sólo la luna pudo detenerme

No está mal ser negativo si la bifurcación de un camino conduce a un resultado amable para el alma. Comencé decidiendo sin haber planeado plenamente ir a visitar a mi padre y cuando estuve con él, sin hablarle pude sentirlo, al ver si ropa, sus cosas que siguen tal y cómo él las dejó, todavía con sus costumbres impregnadas, los dulces guardados por semanas y los pedacitos de papel higiénico que hacían la suerte de pañuelos emergentes. El color de la casa, acogedor a pesar de las consecuencias decididas en el pretérito por él, la pared pintada de acuerdo a su idea: si uno se instala en medio de la sala y mira hacia la cocina, puede verse en la primer pared que es frontera, un semicírculo de un metro de diámetro, color blanco y complementándolo en la pared perpendicular, la pared blanca y un semicírculo de la misma dimensión, en color verde.

Entonces hube de regresar al Centro de la Ciudad. Casi como marioneta hubiera el sendero de siempre de no ser por escuchar acordes en los audífonos que me incitaron a caminar y cantar a volumen normal, esas canciones que son tan entrañables para mi.

Las hordas nocturnas de trabajadores de limpieza y el ruido intenso de sus máquinas no fueron suficientes para acallar mi escucha y cantos que vitoreaban la novedad de la noche. Tampoco el viento producto del micro clima provocado por la altura de los rascacielos y el tiempo de estos días, ni un bajo cero habrían sido obstáculo para impedir la sucesión de pasos. No las miradas de los vecinos en la calle, entretenidos en sus visitas decembrinas a los escaparates oficiales de felicidad artificial. No sus risas ni los destellos de sus fotografías capturando una felicidad que mañana les traerá nostalgia y sufrimiento. No el piso, jardineras ni bancas posmodernas recién instaladas en la nueva calle peatonal, que imponen una nueva manera de apropiarse de ese lugar. No las interrupciones benévolas de sonrisas que me saludan y acuden a mí para compartirse y abonar más mi aprecio, tampoco las enemigas que reclaman sin éxito un espacio en mi desprecio. No el hambre nocturna, no la ansiedad intrigante, no el insomnio presente que es al mismo tiempo venidero, no el aparente caos que es control subjetivo.

¿Cuál es el objetivo me habría preguntado hace todavía poco tiempo? ¿Cuál si lo importante es llegar para descansar y mañana estar fresco para llegar temprano a las labores diarias? ¿Cuál si todo lo que normalmente algo no es mas que seguir funcionando en la promesa de la felicidad?

No hay felicidad mayor que la obligación de reflexionar sobre su ausencia y los motivos que la mantienen inalcanzable. No hay objetivos si cada paso ya está iluminado por grandes máquinas que aplastan nuestra capacidad imaginativa. Todo y todos aquí es una herramienta para llegar a un fin; se ha reducido a pequeñas coincidencias interrumpidas por la enorme convención social de tener que sonreír cuando se está serio y viceversa. La contemplación se ha terminado. Si tan sólo tuviéramos el valor de aceptar nuestra minúscula dimensión e insignificante existencia en tanto no despertemos, alcanzaríamos un asomo de libertad en la vida.

Sólo la luna pudo detenerme.

viernes, diciembre 10, 2010

Una revisión a “El impacto del concepto de cultura en el concepto del hombre” de Clifford Geertz

El estudio del hombre está recubierto a partir de dos visiones, la primera, iluminista lo concibe como un animal, únicamente diferenciado de los demás animales por su capacidad de entendimiento; la segunda, la cultural, observa al hombre como una adhesión sucesiva de experiencias a partir de referentes significantes por el paso de su vida, es decir como una construcción eterna de sí mismo. Sin embargo, las dos visiones no necesariamente son auto excluyentes.
Analicemos la visión iluminista. Ésta aducía en su momento que las prácticas culturales, “La enorme variedad de diferencias que representan los hombres en cuanto a creencias y valores, costumbres e instituciones, según los tiempos y lugares, no tiene significación alguna para definir su naturaleza”. Desprendamos de ahí la concepción de una “naturaleza” humana, ¿cuál sería en todo caso ésta? ¿Cómo entrever en una gama de prácticas tan divergentes alrededor del mundo una generalidad en el comportamiento humano que nos haga saber la existencia de reglas generales definidas como “naturaleza humana”?
Eso que los iluministas encontraban como naturaleza humana, deviene de un análisis por demás concreto, abigarrado de objetividad, perdiendo de vista las adiciones culturales como conformación misma del hombre, desdeñando la posibilidad de que el hombre pueda renovarse. Determinismo finalmente, es decir que el hombre es desde una vez y para siempre de una u otra forma. El hombre no puede ser sencillamente, por su propia naturaleza, una sola cosa desde que se le considera como hombre conciente, de una vez y para siempre (Pág. 2), es una afirmación que igualmente exige la búsqueda de la supra mencionada “naturaleza”. Y si ésta existe se encontraría en todo caso, no en las peculiaridades de cada individuo, y mucho menos en el hallazgo de ciertas regularidades en el comportamiento de sociedades a lo largo de la historia humana, sino en la relación (existente o no) entre la conducta individual y su inmersión en la sociedad; o cómo es que el actuar cotidiano de los hombres individuales se define dentro de la sociedad a la que pertenece, derivado de la manera en que precisamente pertenece a ésta y el papel desarrollado para el mantenimiento o rompimiento de las regularidades estructurales, o sea su papel como sujeto social.
Como sea, comprender al hombre desprovisto de agregaciones circunstanciales, o prácticas efímeras, modas y demás aditamentos a su naturaleza, no es posible actualmente. Y es de ése hecho de donde se forma el concepto de cultura. Por tanto, es dificultoso tratar de encontrar la frontera entre el hombre uniforme y el hombre añadido variablemente por sus prácticas culturales. Y debe tenerse especial cuidado en el análisis antropológico unitario, el concepto de Hombre pude buscarse rebasando los añadidos culturales o bien desde ellos mismos, sin embargo, la idea central puede perderse al no tratar de resolver el punto de vista. La convergencia de criterios suena, por tanto, mucho más atractiva si se le comprende como una búsqueda de relaciones entre la esencia de hombre y su actuar práctico a partir de las situaciones a las cuales ha tenido que adaptarse o responder.
Veamos entonces, que el hombre se ha desarrollado desde su inicio, menos biológicamente que en cuanto a prácticas culturales se refiere. El alba del hombre conciente se dio desde un momento histórico, definido por el crecimiento máximo del cerebro al cual se llegó, a partir de ése momento el constante paso del hombre por el mundo ha estado definido primero por la comprensión de lo que externamente percibe y el avistamiento de situaciones cada vez más complejas y su eminente solución.
Si entendemos por evento significativo todo lo que la percepción humana encuentra definitorio en su vida, como que a partir de observar el efecto que el fuego producía sobre los alimentos o la lluvia sobre la salud de los compañeros; se tuvo que adecuar no el envase biológico y preponderantemente vulnerable del hombre al medio, sino la forma en la cual el hombre actuaba dentro de circunstancias determinadas y con la existencia de tales hechos; así por ejemplo se tuvo que descubrir no el fuego, sino comprenderlo, dominarlo, y usarlo; y si la capacidad más grande del hombre o sea el raciocinio no alcanza para dominar a la lluvia y su efecto en la salud, entonces sí se pudo adecuar la forma de vida del hombre mismo ante las precipitaciones pluviales usando pieles sobre su cuerpo, construyendo refugios que lo protegieran del las corrientes combinadas con agua, elaborando sustancias que mitigaran los efectos nocivos de la exposición a tormentas en el cuerpo, creando la medicina, teniendo como pieza fundamental un extracto natural: la planta.
El hombre entonces no cambia biológicamente para perpetuarse, pero tampoco cambia al medio. Primero lo comprende y a partir de ello se adapta a partir de nuevas prácticas que le hagan posible seguir existiendo dentro de un medio que no necesariamente se ha mantenido inmaculado, pero que si al contrario fuera ¿no estaríamos ya viviendo en otras latitudes universales fuera del tercer planeta de este sistema solar? Bien puede ensayarse una respuesta afirmativa a este respecto, decir que las investigaciones estelares son la búsqueda por un nuevo hogar para la raza humana, pero actualmente ello no puede ser más que ciencia ficción.

Hubo una ruptura en el estudio del concepto del hombre durante el ocaso del siglo XIX y el alba del XX. Además fue radical, al abandonar la visión de la Ilustración, donde se veía al hombre como una máquina compleja de raciocinio despojado de agregados culturales, como “el animal transfigurado que se manifestaba en sus costumbres” (Pág. 4). La naturaleza humana se buscó no en las generalidades que la definían ante todo, sino en búsqueda de regularidades dentro de las diferentes prácticas culturales alrededor del mundo.

Si bien las costumbres asiáticas podían ser distintas a las del mediterráneo y a las de mesoamérica, se buscaba algún factor en común en todas para así poder distinguir entre las prácticas dispersas o efímeras del hombre, de las definitorias de su naturaleza más general y suprema.

Sin embargo, la idea de un consenso general de los hombres, mediante el cual se aceptaban ciertas cosas como verdaderas o falsas, buenas o malas, de modo general, no era enteramente nueva, aunque aportaba la idea de que “algunos aspectos de la cultura asumen sus formas específicas sólo como resultado de accidentes históricos; otros son modelados por fuerzas que propiamente pueden llamarse universales” (Cita del autor en Pág. 5) Y para que ésa idea pudiera sostenerse era necesario:
Que los principios universales tuvieran respaldo sustancial; Que se funden en procesos biológicos, psicológicos; y
“que puedan ser defendidos convincentemente como elementos culturales en una definición de humanidad…” (Pág. 5)

Principalmente los puntos no se sostienen en tanto que los principios generales que definen y aparentemente hacen converger a distintas culturas, si bien pueden percibirse de la misma forma, no necesariamente lo significan.

No se afirma la imposibilidad de hallar generalizaciones del hombre como tal, ni que la cultura no ayuda para ello, sino que las mismas no podrán encontrarse en la búsqueda de universalidades culturales porque se caería en el relativismo cultural, concepto que aterriza la idea de que no hay fórmulas que definan al hombre como tal, sino evitándolo a partir del estudio de las diversidades culturales dentro del concepto de hombre. Además de ello, no se pueden distinguir los rasgos culturales de los no culturales, en tanto que sus aspectos se han separado en disciplinas muy diversas.

Ahora bien, si se despliega la idea de los universales culturales al funcionamiento de las sociedades y a través de las necesidades humanas primordiales, se trata de encontrar congruencias o puntos de inflexión entre una necesidad humana y universales culturales. Así, por ejemplo la necesidad de perpetuidad de la especie se expresa a partir de distintas formas de las relaciones sociales, “En el plano psicológico, se recurre a ciertas necesidades básicas como el crecimiento personal –de ahí la ubicuidad de las instituciones educativas- o a problema panhumanos, como la situación edípica; de ahí la ubicuidad de los dioses punitivos y de las diosas que prodigan cuidados” (Pág. 7). Sin embargo, la dificultad de hallazgo de dichas congruencias estriba en que necesariamente se tendrían que hacer derivaciones exactas entre las respuestas institucionales a determinadas necesidades de la existencia humana. Pero qué pasa si consideráramos que la institución del matrimonio no sólo responde a la necesidad de procreación permanente del ser humano, sino también a eventuales necesidades psicológicas y económicas.


En todo caso, este intento sólo podría generar ciertas aproximaciones o puntos de referencia, por su falta de precisión entre una necesidad humana y una respuesta institucional, entre factores culturales y factores no culturales. Queda claro en este punto que las generalizaciones no sólo no son válidas en su enunciación, sino que presumiblemente tampoco en su búsqueda.

Retomando la idea del hombre como un animal que llegó en determinado momento histórico a cierto desarrollo biológico y a partir de ahí sólo ha tenido adiciones culturales, es la concepción de la cultura misma desde dos perspectivas:
La cultura entendida sólo como esquemas concretos de conducta.
La cultura vista como mecanismos de control gobernantes del comportamiento humano.

Siendo el segundo aspecto el sujeto de esta parte del análisis. En él se asume la premisa de que el raciocinio humano es social y que se dan en función de los símbolos significativos enunciados líneas atrás. Con ello, el individuo nace ya con determinados símbolos significativos y los reproduce en el devenir de su existencia y eventualmente le añade cuestiones muy particulares a prácticas generales. En este punto hay que considerar también la posibilidad de ruptura de estos símbolos significativos, en virtud de que ciertos hechos históricos son potenciales influencias de cambio en la comprensión y respuesta a ciertos fenómenos que el hombre experiencia. Lo que vive el hombre, y nace con ello, tampoco debe verse como una cosa dada desde siempre, sino como la sucesión de adhesiones que muchos hombres y muchas sociedades han hecho a lo original de un aspecto en particular.

Lo anterior explica la necesidad de referentes externos al hombre para su definición y sobre todo para su actuar y acaso explican su gran capacidad de aprendizaje en contraste con las capacidades de otras especies animales en el mundo, que superponen naturalmente su capacidad de adaptación biológica.

El hombre lo que tiene de origen “son facultades de respuesta en extremo generales que, si bien hacen posible mayor plasticidad, mayor complejidad y, en las dispersas ocasiones en que todo funciona como debería, mayor efectividad de conducta, están mucho menos precisamente reguladas” (Pág. 9) por lo cual esa gran capacidad de aprendizaje y respuesta requiere de un gobierno a partir de estructuras culturales, ya que de otra forma se generaría un caos de comportamientos, si bien todos ampliamente desarrollados (y desarrollables), no se tendría un referente al cual dirigirse. La cultura se convierte en un imperativo necesario en la existencia humana a partir de su capacidad, no es sólo expresión acumulada de experiencias, sino condición esencial del ser y desarrollo humano.

La cultura es también el hallazgo de esa conexión existente entre la capacidad de desarrollar ciertas actividades por el hombre y la forma concreta en que las lleva a cabo. Dicho de otra forma, todo ser humano nace con las mismas capacidades de desarrollo, con la posibilidad de vivir de distintas formas, sin embargo, y de acuerdo tanto a sus peculiaridades individuales como a sus condiciones de existencia, termina viviendo sólo de una manera específica.

En suma, las distintas posturas que han tratado de explicar al hombre, por un lado la visión iluminista de la Ilustración, y por otro la antropología clásica, si bien tienen sus distinciones muy claramente marcadas, coinciden en ser tipológicas. La primera por ejemplo, propone despojar al ser humano de la vestimenta cultural y con ello llegar al hombre natural. Por otro lado, la antropología propone el encuentro de las regularidades en distintas culturas para así arribar al hombre del consenso. Sin embargo, en ambos casos “la individualidad llega a concebirse como una excentricidad, el carácter distintivo como una desviación accidental del único objeto legítimo de estudio que es la verdadera ciencia: el tipo inmutable, subyacente, normativo… los detalles vivos quedan ahogados por el estereotipo muerto” (Págs. 15 y 16). Se cortan las posibilidades de comprensión general por el encuadre arquetípico que se hace del hombre.

Para encontrar la esencia de lo que es el hombre, debe verse lo que son los hombres, es decir la ilustración de variedad, un crisol tal cual puesto a la vista del investigador. En este punto es, precisamente, que la cultura converge con el hombre, viendo a la cultura como “una serie de dispositivos simbólicos para controlar la conducta, como una serie de fuentes extrasomáticas de información, la cultura suministra el vínculo entre lo que los hombres son intrínsecamente capaces de llegar a ser y lo que realmente llegan a ser uno por uno” (Pág. 14). Entonces, el hombre no se define a partir de sus caracteres innatos solamente, ni de sus añadidos culturales nada más, sino en la relación entre ambas esferas, o sea en la forma en que la naturalidad del hombre se traduce en prácticas culturales, “por la manera en que las potencialidades genéricas del hombre se concentran en sus acciones específicas” (Pág. 14)

Finalmente, es óptimo suprimir las etiquetas, comprender que el análisis de lo universal pasa por lo particular, la forma en la cual el hombre particular encuentra su función dentro de la sociedad y cómo es que este hombre pertenece a determinada sociedad.








NOTA:
Todas las citas son del texto utilizado en la bibliografía, por lo cual solo se menciona entre paréntesis la página a la que pertenece.


BIBLIOGRAFÍA:
Geertz, Clifford; el impacto del concepto de cultura en el concepto del hombre; en: http://inicia.es/de/cgarciam/geertz01.htm

Ver Amarcord

I (17.05pm)
Pasaban los minutos antes de que la película comenzara. Se exhibía Amarcord, de Felini. No había llegado a la cita con Lía, no tenía boletos y no quería entrar solo. Estos minutos pasaban mientras bebía un café en un sitio llamado “Grand Café” de la Cineteca Nacional. Sólo he ido tres veces ahí: 1. Con Ana, una antigua novia quien solía inaugurar destinos de interés alternativo; 2. Otra vez con Anay y 3.Solo, hoy. El sitio nunca me había atraído realmente, prefería el de enfrente y si había ido al otro es porque mi primera opción estuvo llena o cerrada. Pero hoy, sin ganas de continuar con viejas costumbres, decidí cambiar y fui al plan B y de ahí a la barra donde primero se paga y después se consume. Pedí un vienés, que según la empleada es un simple americano con crema batida. Sonrío y pienso cuál será el verdadero estilo vienés: En algún lugar de Coyoacán lo sirven con amareto, en otro de la Condesa, con canela. Sin importar ese soliloquio y yo sin ánimo de discutir, con muecas, termino aceptando el café que ya había pagado, pido un cenicero y me dirijo a una de las mesas de afuera, pues, creo es un mejor sitio para observar el movimiento, no aburrirme tanto, escuchar algo de bullicio finalmente y tal vez encontrar a alguien conocido.

Bebo dos vasos de este vienés. No se aparece nadie conocido, la casualidad no me auxilia hoy. En vez de eso, siempre termino recorriendo la agenda electrónica del móvil y casi todos los nombres me despiertan pereza. La lista de contactos aunque larga es en nombres de mujeres, en su mayoría son experiencias pasadas sea como amigas con las que no se comparten grandes placeres como el cine o ex parejas con las que no me fue posible quedar en muy buena posición. Después de recorrer la existencia, me detengo en el alfabeto que comienza de nuevo, Adrianne. Lo pienso unos minutos. Es amiga de alguna amiga, pero no puedo recordar exactamente de quién. Alguna vez salimos porque sin decirlo nos sabíamos igual de solos, pero las soledades no nos dieron lo suficiente para ignorar nuestras diferencias. ¿Qué tal ahora?

Sostengo el teléfono cerca de mi cara, lo toco con los labios, pensando en marcarle o no. Si lo hago tendré que esperarla, luego llevarla a su casa. Cincuenta y cinco, catorce, noventa, dieciséis, ochenta y dos, está llamando. Los dos primeros tonos me hacen pensar que no contestará, pero antes de desistir, responde:

- ¿Bueno?
- Hola Adrianne, ¿como estás?
- ¿Quién habla?
- Toni, ¿Me recuerdas? Nos conocimos en Paragüero hace unos meses. Ese día tocaron varias bandas, pero también estuvieron Niña y los de Austin TV. Digo yo con la esperanza de no tener que dar más explicaciones sobre la noche en que la conocí.
- ¿De dónde? Ah!, sí me acuerdo, tú ibas con Anita.
- Estabas sentada en la barra. Nos dieron unas probetas con una bebida morada muy dulce y te gustó tanto que tuve que regalarte la mía, ¿recuerdas?
- Claro que me acuerdo Toni. ¿Como estás? Ya pasó mucho tiempo, ¿no?, ¿por qué no habías llamado? Más de una vez dijiste que lo harías para que nos conociéramos en otro lugar. La verdad te tardaste en decirlo porque me estaba cansando de intentar platicar ahí. No se podía.
- He estado ocupado, con mucho trabajo y cansado Pero hoy aprovecho algo de tiempo libre, tomando un café en la Cineteca y me acordé de tu gusto por el cine.
- Ah! ¿Sí te acuerdas? Creía que no me habías escuchado con el ruido de aquella noche. Si. Y ¿vas a ver película?
- Ese era el plan, pero llegué tarde y quien me esperaba no quiso hacerlo más y no quiero entrar solo.
- Tú siempre impuntual.
- No, no siempre. ¿Cómo dices eso si nunca nos hemos citado?
- Sí, siempre. Anita me ha contado.
- ¿Qué puedo decir? Mi mala reputación en ese aspecto me antecede. Pero, si ahorita acordamos entrar juntos a la función de las siete y media, yo estaría a tiempo.
- Sí claro. Dice ella como queriendo abandonar el tema.
- Digamos que ante mi impuntualidad, la paciencia es una virtud de mis acompañantes. Renovado su interés, revira.
- No del de hoy, al menos ¿Quién era?
- Lía, una amiga que no veo desde Octubre.
- No deberías quedar mal con las chicas que no te exigen que pases por ellas.
- Precisamente como sé que tú no me lo vas a pedir, no podría quedar mal contigo. Entonces, ¿te espero y entramos juntos? Están pasando Amarcord, de Felini, a las siete treinta.
- Ahorita no estoy muy cerca y llegaría como a las siete y cuarto. ¿Te parece?
- Claro. Voy comprando los boletos para no hacer fila. Te espero.
- Bueno, entonces te veo en un rato. Bye!

Termino la llamada y me quedo jugando con el aparato, en la pantalla recuerdo la risa de Adrianne esa noche, estaba borracha pero lo disimulaba bastante bien. Por eso me simpatizó, no le importaba beber y embriagarse porque sabía que nada malo le pasaría, estaba con Anita y conmigo. Qué agradable recordar ese depósito de confianza a ciegas. Bebo el último sorbo del tercer “vienés”, mi cigarro lo apago con el resto del líquido.

II. (19.10)
Dijo que estaría aquí a las siete y cuarto. Faltan cinco minutos. El café me dejó una rara sensación en el estómago que no deja de retorcerse y empujar flatulencias, eso sí, inodoras. Voy a la taquilla de una vez a comprar los boletos, antes de que haya más gente, en eso quedé con ella. Total, sino llega, aquí siempre hay almas a las que les quedan mal, a las que podría invitar a entrar conmigo o ya de perdis venderles el boleto.
Ya en la taquilla:
- Dos de estudiante para Amarcord a las siete treinta, por favor.
- Sala cuatro. ¿Me muestras las credenciales?

Tardo en sacar la mía. Lo había olvidado por estar pensando en de vender el boleto que estoy por comprar en este momento. Suena el teléfono celular. Ojala no sea Adrianne, pienso. No logro sacarlo pronto del bolsillo derecho de mi pantalón. La gente formada comienza a apresurarme. El empleado de la taquilla también. Decido contestar pero no escuchar quién habla.
- Hola, espérame tantito. Digo al teléfono.
- Aquí está mi credencial, el otro boleto es para alguien que aún no llega.
El empleado desdeña mi afirmación, dibuja una sonrisa burlona y sentencia:
- Son entonces cincuenta y ocho pesos. Uno de estudiante y uno general.
- Pero, ella es estudiante también.
- Necesito ver ambas credenciales por favor. De otro modo, serían cincuenta y ocho pesos.
Le doy sesenta. Apenas me da los boletos, los recojo igual que mi credencial, los llevo en la misma mano que sostiene el teléfono. Con la otra el suéter. Casi no puedo caminar. Contesto el teléfono y cae al suelo todo lo demás. No hago por levantarlo inmediatamente, vigilo con la mirada que no se alejen mucho las cosas y vuelvo a la llamada:
- ¿Hola?
- ¿Qué pasó, por qué no llegaste, y por qué no me llamaste mínimo para avisar?
No le había reconocido la voz al primer momento, después supe que era Lía.
- No se me ocurrió y como ya no te vi por acá pensé que, o no habías llegado o no te habías querido esperar. Discúlpame.
- ¿Y dónde andas ahorita?
- Estoy en la Cineteca, estuve leyendo un rato y tomando café.
- Yo estoy en lo mismo. En este café que está en frente a la tiende de juegos.
- ¡Ah!
Son siete con doce. Ahora creo que deseo que Adrianne no llegue, porque si lo hace tendré que pasar por donde seguramente Lía nos vería, y la escena sería un tanto incómoda, mucho menos para mí que para ellas si es que Lía decide hablarme, hablarnos o mirarnos en la forma tan característicamente hostil que siempre delata su sentimiento. Recojo las cosas tiradas.
- Disculpa por la interrupción pero tenía que recoger unas cosas del suelo.
- ¿Qué cosas? Bueno, ¿vienes, quieres que te pida un café? Lo dice asumiendo que diré que sí, que llegaré y estaré con ella. Lo dice sabiendo que no tengo nada más qué hacer.
- Sí, sí, un expreso por favor.
- Te espero entonces.
Son siete trece. Adrianne es puntual por lo que recuerdo. ¿Qué voy a hacer? Esa imposibilidad a decir que no, lo he sabido, me trae problemas, pero es que no me gusta quedar mal con las personas en las palabras. Siempre me ha parecido mejor la vía de los hechos evidentes o no, para las decepciones. Podría entonces simplemente decirle a Lía que compré boletos para la función de las siete treinta y entrar con ella, pero no sé si ya vio Amarcord a las cuatro treinta, después de todo han pasado tres horas. Pero decido sólo tomar el expreso y despedirme rápido. Son siete trece.
Llego donde Lía. Llevo la encomienda de que todo debe ser apresurado.
- Hola linda. ¿Cómo estás? Perdón por no haber llegado antes. ¿Te gusta el café de aquí? Yo hace rato estuve tomando un vienés y pensé en los variados que me han servido en distintos cafés y la verdad, este no siquiera podría competir, la crema batida se deshizo muy rápido, parecía estar cortada la leche y lo sirvieron tibio. Pero tampoco tenía ganas de reclamar, ¿para qué? Sólo iba a tener más corajes del que tuve por haber llegado tarde y no poder entrar contigo a la función. Bebí tres de esos cafés y lo único que me gustó fue el sabor de mi boca al fumar después de un trago, pocos como éste. ¿Quieres que te pida uno?
- Vaya que te dejó acelerado. Gracias por la oferta pero no, yo prefiero más calmita con un latte, pero ya traen tu expreso, ojala no te estrese más.
Pruebo el nuevo café de la tacita, no está mal, aunque sí cargado.
Son siete catorce, casi siete quince. Ya tengo que despedirme.
- ¿Y entraste a ver alguna película? ¿Te gustó?
- Sí, vi Café y Cigarrillos. A decir verdad me recuerdas mucho la primera historia. Es con Roberto Benigni. No te la cuento, es mejor que la veas, te acuerdes de ti y te rías.
- Lo tomaré como un cumplido, aunque más para Benigni. Porque él es quien ha tenido que actuar para imitar una realidad chistosa. No existen las ficciones graciosas, sino las buenas adaptaciones de situaciones que nos generan risa en la realidad.
- Si tú lo dices, debe ser cierto. Lo dice con un tono burlón pero no irrespetuoso.
- Tengo que ir al baño. ¿Podemos vernos al rato u otro día? Es la única excusa que se me ocurre para salir de ahí y encontrarme con Adrianne.
- ¿Despedirse al ir al baño?
- Disculpa, pero tengo que ir. Lo digo al levantarme y sin la menor intención de dar más explicaciones.
- Siempre es así contigo, pero ¿sabes? ya no me extraña ni me importa.
- No sé qué decirte. Gracias por entender.
- Claro, cuando llegues temprano nos vemos, pero bien. Si no mal recuerdo, tú me llamaste. Pero no me molesta, tu llamada me sacó del tedio de las vacaciones decembrinas. Me eliges para lo mismo que das: distracción. Ahora vete. Dijiste que tenías muchas ganas de verme y ya nos vimos.

Sumamente confundido y con perplejidad, dije: - OK. Te hablo en la semana, tengo muchas ganas de… Y Lía me interrumpe ahora sí con enojo.
- Adiós cabrón. Sólo viniste a tomar el expreso para hacer lo que no habías podido: despedirte. Gracias, después de todo, además este día no sólo se trató de ti, pasado el tiempo lo recordaré como algo gracioso pero dudo que tú puedas hacer lo mismo.

III (19.15)
Voy al baño, el orín amarillo y su hedor me producen náuseas, se me pasan con una leve tos disimulada. Salgo y marco el celular de Adrianne, está llamando. Dijo que estaba entrando ya, que dónde me veía. Yo sugerí que en la entrada de la sala, es la 4. Ella acepta, cuelgo y con la mirada busco el número de la sala. Volteo al Grand Café y Lía me está mirando sin disimulo, no sé que trate de decirme cuando me mira así. Me da un poco de miedo y culpa al mismo tiempo. Me sonríe y yo finjo no haberme dado cuenta.

Llego a la entrada, me dirijo al último lugar de la fila y coincido con Adrianne. Deviene un saludo con beso en la mejilla y abrazo discreto. Se ve muy sonriente, hermosa, lleva puesta una falda larga y clara, blusa con un escote que apenas deja ver esa parte de los senos sonde terminan la pendiente hacia abajo y comienza su forma esférica y elevada. Tiene un bello pecho, claro y despejado, con ubres decentes y delicadas. El cabello enredado que trae no logrará nunca hacerla ver mal. Sonríe mucho más de lo común ¿por qué será? No importa, así es ella, así la recuerdo de cuando la conocí.
La fila avanza mientras nos contamos las generalidades del día, de las compras que hizo, de la visita de su schnauwzzer a la estética canina, de las secciones culturales que leyó en La Jornada y El Universal, muy malas dice. Es un tanto incómodo porque en realidad no nos conocemos y estamos en un punto tal que el clima pareciera ser el próximo tema. Llegamos a la entrada de la sala y cuando tenemos que dar los boletos al empleado, los busco pero no los tengo en la mano, en los bolsillos tampoco, ni atrás ni adelante. No están. ¡Puta madre! Los dejé en el lavamanos del baño mientras me enjuagaba. Para ese punto ya nos apresuran las personas de atrás. Adrianne me juzga con la mirada “este pendejo no encuentra los boletos, ¿tan nervioso lo pongo? ¿Qué hago saliendo con este si ni siquiera es guapo?” seguro es lo que piensa. Ni modo, tendré que reconocer mi estupidez, saldremos de la fila y ella tendrá una actitud gris e indiferente, apenada por estar conmigo, como si estuviera con un eyaculador precoz y seguro buscará la manera más fácil de irse en los primeros minutos.

- Los habré dejado en el baño. Fui antes de que llegaras. Espéra iré a buscarlos.
- No te preocupes, de todas formas no los encontrarías. Mira cuánta gente hay, yo creo que podemos también ver otra función. Me dice ella dándome un consuelo que no pido y la veo ahí compasiva y hermosa, como si fuera necesario sentir que hay una distancia aún más marcada entre mi mediocridad y su belleza.
- Pero seguro ya no hay boletos para esta hora.
- Pero igual podemos tomar un café antes, platicar un rato, como querías desde esa vez que nos conocimos.

Me señala ir al Grand Café. La única mesa disponible es junto a Lía. No pudo ser una situación más desafortunada, no quiero que Adrianne sospeche mi angustia, pero ¿por qué? Si ha sido amable y sonriente hasta el momento, como estuviera coqueteándome, ¿de verdad? Estoy teniendo nuevamente esta irremediable idea de que toda sonrisa, abrazo o caricia de mujeres contemporáneas significa un filtreo, que algún día acabará conmigo. Al menos hasta ahora ha sido el motivo por el que no puedo amar y al mismo tiempo lastimo a quien sí lo hace conmigo. ¿Por qué pensar que las caricias de mis parejas no son suficientes? No me dolió romperle el corazón a mi “gatito”, no he advertido siquiera que mi indiferencia pueda estar socavando la voluntad y manteniendo en la angustia a Lía. Tendré que disimular, y me sentaré dándole la espalda a Lía. No a hablaré fuerte. No sé si pueda, ese expreso me dejó aún más tenso.
Cuando el hiriente reflexiona, sin embargo, sólo es un respiro en el largo viaje de exterminar el sentimiento. Los efectos secundarios, curiosamente, son los remanentes buenos y sonrisas que he podido dejarles. Habla de lo que sientes. No te arraigues tanto con lazos familiares. Enseña a los tuyos que lo primordial en la vida eres tú, luego tú y al último tú mismo y en el inter, los que lleguen a coincidir contigo. Logra más por la vía de los hechos que por la de los acuerdos, aún a costa de que te hayas quedado con la idea ingenua de que respetando los tratos puedes lograr solidaridad, sino existe a fin de cuentas. Somos lobos y buscamos alimentarnos. Compite y gana sin que sea tu consigna y hazte ayudar para lograrlo. En su oportunidad, enséñales a quienes te aman prescindir de ti. Para lograrlo es más útil un corazón enamorado que una voluntad comprometida. Sonríe cuando sea necesario y al mismo tiempo observa, escucha y habla con conocimiento adecuado y suficiente interés. Entérate pronto de la vida ajena para poder crear una mejor posibilidad de que necesiten tu atención y diseñes una estrategia para apropiarte de esos sentimientos. Involúcrate lo suficiente para ser tan importante como el aire mismo que respiran. Haz a esa persona como depositaria de tus cariños, también parte de tu vida. Enamórate. Ama. Descubre luego que necesitas seguir haciéndolo, que a eso viniste. Deconstruir la manera de tus amantes de pensar sus propias vidas y reconstruir luego una nueva forma de hacerlo.

IV (19.25)
- Ó ¿Podemos ir a otro lado, no? Digo pensando con mi voluntad infantil de que todo es tan sencillo como activar un interruptor mental.
- No, yo quiero ver una película. Me invitaste a eso, ¿recuerdas? Ya sé, tú ve a comprar los boletos mientras yo me siento, y voy pidiendo. ¿Quieres un vienés?
Entre el abanico de posibilidades que se abre y su contradicción entre el “platicar un rato, como querías” y “Me invitaste a eso, ¿recuerdas?”, sólo me viene una pegunta: ¿Qué la hizo pensar que quiero un vienés? No importa dar más rodeos en este momento, en cambio contesto: “Voy por los boletos”. Algo tiene que pasar entre la indecisión sentimental y la acción material no cuestionada. “Me vale madre” dirían algunos. Tan corto el tiempo que ha pasado desde la última vez que dije “te quiero” con ese tono convincente y ahora estoy aquí, buscando un nuevo corazón.
Compro dos boletos para la función de las nueva treinta. El empleado de la taquilla me reconoce y lanza una mirada de extrañeza. Otra vez no tengo la credencial de estudiante de mi acompañante. ¿Estará pensando en decirme que ya había comprado esos boletos?, como sea abandona la idea rápido, no le importa lo que haga yo de mi vida y por lo visto tampoco con la de mis acompañantes. Prefiere dejarme en el padecimiento de mi amnesia sospechada por él.

V. (19.30)
Adrianne está ya sentada de frente a Lía que lee mientras toma la que puede ser su tercer taza de café y fuma su enésimo cigarrillo. Titubeo en caminar hacia Adrianne, siento que todos me ven, me juzgan y me maldicen. Despejo mi mente lo más posible, me siento frente a Adrianne, de espaladas a Lía, que siento en el camino me ha visto de reojo y me ofrece de regalo otra mirada amenazante.
Pero ¿qué más importa si ya está hecho?, estoy con Adrianne y he visto en ella esa sonrisa que mis pensamientos nocturnos me han dictado buscar por años. Aquél tono de voz que me hará presa de todas sus frases. Mis próximas palabras son nerviosas sin temor a disimularlo:
- Aquí están los boletos. Son para Amarcord, de Felini. No he leído nada sobre ella, pero por la fama de uno de los mejores exponentes del neorrealismo italiano de mediados del siglo pasado, debe ser buena, ¿no crees?
A medida en que mis palabras brotaban como imparable ráfaga, su rostro se tornó de interesado a sorprendido y terminó con ese ronquido como cuando las risas se quedan ahogadas adentro porque la boca está cerrada ó hay un pequeño bocado en ella. De hecho, Adrianne tenía un trago de café metido en las fauces que tampoco pudo tragar por temor a que al intentarlo, se conjuntara la risa pendiente y pudiera ahogarse o escupir todo sobre mí. Un poco avergonzada y con un forzado aire de seriedad, sólo atinó a decir:
- ¿Por ser Felini, sólo por eso tendría que ser buena?
- Sí, por eso. Digo imperativo y suplicante de que el tema se quede ahí porque no tendría mayores argumentos para defender mi posición, dejando evidente que sería inútil enfrascarnos ahí, porque ni siquiera es un tema, sino un recurso provocado por mi ansiedad.
- Claro, tú eres el experto. Sabe que de haber seguido estaríamos incómodos y alguno de los dos buscaría la mejor manera de salir corriendo y no ver más al otro.
- Entiendo el código y activo el interruptor.
Ella tan bella en la imagen e integridad, me rescata de otro precipicio y, lo sé por su mirada, se remite a los primeros pensamientos contenidos en la región superior izquierda de su mente: Venía platicando con el chofer del taxi. Dice inaugurando.
Vencido, no me queda más. ¿Qué te contaba?
- Es una historia larga, no querrás que te aburra.
- ¿Cómo puedes decir eso? Por favor, cuéntame.
- Está bien, el chofer dijo así. Se dispuso a hacer gala de su memoria eidética.
"Yo tenía un tío que vivía solo... era divorciado, y siempre, todas las noches lo veíamos llegar...y las siluetas en la ventana de su casa eran de él, de su esposa, y de su hijo... tomando la cena en el comedor...después de un tiempo las siluetas cambiaron, primero ya no estaban los tres juntos, sino sólo él y su esposa, el hijo se iba a dormir temprano...después sólo de él, pues comenzó a llegar mucho más tarde que de costumbre, y su esposa ya no lo esperaba a cenar, tan sólo ponía su plato y dejaba postits en el refri con un saludo escrito...después la luz se quedaba prendida toda la noche y ya no se veía silueta alguna: Él ya no llegaba a su casa a cenar, ni siquiera a dormir. Así pasó un tiempo. Y una noche vimos las tres siluetas una vez más, pero no cenando, estaban en la sala de su casa, moviéndose de aquí para allá, él se levantaba del sillón y meneaba los brazos, ella sentada igual, y el niño en la orilla del sillón de los ochenta, que la silueta lo delataba estar sucio, se mantenía quieto, con los pensamientos en sí mismo. Gritos se escucharon esa noche: "no te metas conmigo, decía ella". Él respondía, él reclamaba, él gritaba cosas ininteligibles, el niño sollozaba, el niño lloraba, el niño gemía. Ella se levantó del sillón, fue a la cocina, sirvió un vaso con agua, lo bebió, sirvió otro vaso con agua, lo bebió, sirvió tres vasos con agua y los bebió. Él esperaba en la sala, caminando de un lado para otro, impaciente. En la sala, de frente las dos sombras amenazantes, se retaron. Ella dijo: "nos vamos".Él no dijo nada, se sentó e hizo un ademán de desinterés con la mano, el niño volteó a ver a su mamá, ella lo abrazó y limpió sus lágrimas, lo levantó. El niño no se quería ir. La mamá tuvo que jalarlo con fuerza para llevárselo. El niño se acercó a su papá sentado, él lo abrazó y acarició su mejilla. "No te preocupes" ó "te quiero mucho, siempre serás mi hijo, nunca dejaré de quererte", son cosas que pudo haber dicho para confortarlo.
Las sombras dejaron de verse, las noches eran muy distintas. Él llegaba, prendía las luces de la sala y así se quedaban hasta el día siguiente, un día podían verse dos siluetas cogiendo en el sillón de la sala, en el mismo sillón donde su hijo había llorado; en otras, siluetas distintas cogían en la cocina, la misma donde su esposa había tomado tres vasos con agua esa última noche. Cerca de medio año ese tipo de sombras deambularon por todos los rincones de la casa de mi tío, hasta que, en una cena familiar, a las que él casi nunca iba, lo vimos. La cena era en casa de la abuela que moriría en ese año, todos estaban allí. Mi familia y yo nos acercamos a mi tío, que iba solo. Mamá le dijo: "¿qué se siente llegar solo a tu casa, todas las noches, siempre, llegar solo?". Sin hablar, él siguió bebiendo. De momento parecía no haber escuchado, veía a las parejas bailar, se reía, se divertía del movimiento pero estaba recordando cuando él y su esposa fueron novios y en las reuniones familiares también bailaban. Comenzó a llorar, sin más, lloraba y reía al mismo tiempo. Se levantó a servirse otra copa y cuando regresó mi madre lo seguía viendo juiciosa e interrogante.
Él dijo: Mierda, me siento como mierda, cada día Dios me carcome más el alma, siento que él jamás existió para mí, que fue un delirio. Ninguno de mis días felices fue real. Yo quisiera volver a ser feliz, tener una familia, querer y ser querido, pero ahora ya no sé si pueda. No sé si ella me acepte de regreso. Nadie le garantizaría que no me volvería a aburrir, que no me volvería a hartar de verla diario, de amarla.
Mi madre no dijo nada, sólo lo abrazó, lo besó en la frente igual que yo. Le dije que lo quería mucho.
Semanas después las siluetas de la casa vecina seguían sin verse, sólo la de mi tío, pero llegaba temprano, prendía la luz de la cocina: comía sólo, prendía la luz de la sala: leía el periódico. Prendía la luz de su habitación: se preparaba para dormir. Hasta que, finalmente, un día las sombras se vieron nuevamente, la luz del comedor estaba prendida, se le veía a él, un poco más cansado, al lado de su esposa, y un adolescente, compartiendo la cena sin más emociones que pudieran describirse. Se veían víctimas de la mayor indiferencia. Esa fue la última vez que las siluetas se vieron.
Algunos meses después mi tío nos escribió una carta, que entre otras cosas decía: “sólo la volví a ver una vez, también vino mi hijo y comimos los tres. Por un momento pensé que regresaríamos a ser una familia pero el objetivo de la cena era hacer algo para lo que no nos había dado tiempo: despedirnos. Fue la cena más exquisita que disfruté con mi familia. No discutimos, nada malo sucedió aunque siempre tuve una sensación de vacío que aún permanece. Después de eso me fui de la casa, no soportaba la ausencia permanente, incluso la mía propia. Ya no regresaré. Cariños a todos, al niño en especial. Fermín".
Cuando el taxista terminó de contarme la historia eran las dos de la mañana, le pagué los ochenta pesos de la cuenta, bajé del taxi, sonreí y le deseé buena suerte. Con un tono solidario me dijo... “Uno nunca debería acostumbrarse a vivir solo”.

Eso pasó hoy, de camino para acá. Dice Adrianne con confianza aunque sus mejillas delatan un rubor casi imperceptible. Intento adivinar su sentir sin cuestionarla pero no podría creer nada aunque lo quisiera. Mi poco conocimiento de ella me acercaría más al terreno de las elucubraciones que al de la comprensión. Sin embargo hay una chispa de curiosidad nacida en mí desde su semblante que no evita miradas o intenciones mías.
Pero, ¿por qué parece que piensa que no debió haberme dicho todo?
Me mantengo moviendo el vienés y la miro con lo que pareciera ser poca atención y mucho más de sincero interés en saber cómo quererla desde este momento y tiempo hacerle saber que no tenemos por qué ser más un par de solos. Pero también en la realidad, intento expresarle inocencia y finjo no haberme percatado de su aviso precautorio y para no alargar más el silencio en el que tampoco me decidí a decir nada, hablé: “A veces creo que los taxistas improvisan historias dependiendo del pasajero”.
- No lo siento lejano de lo que me pasó hoy. Cómo le dije que mi novio vivía solo. Pero él me entendió que yo era la que vivía sola, sólo lo escuché.
- ¿Te lo contó con las mismas palabras?
- No, sólo una parte, que de hecho no alcanzó a terminar porque el viaje se acabó antes.
- Entonces tú la completaste. Me pregunto si con alguna intención.
- Si yo cubrí su necesidad de ser escuchado, ¿quién satisfará la mía de no querer estar sola? Haré lo necesario para conseguirlo. Responde levanta la mirada y sonríe.
Otra vez no sé qué hacer o decir. “¿Me esperas un momento?, tengo que ir al baño”.
Camino al sanitario con una advertencia sentimental de espontánea procedencia. ¿Qué hago de nuevo en el baño? Sin visitar el mingitorio voy directo al lavabo, me veo en el espejo y me escruto con la mirada. ¿Qué garantías puedo darlo yo después del sencillo beso y encuentro carnal que tal vez sospecha y espera?

VI. (20.00)
Afuera, mientras espera, ella se cuestiona por qué comenzó a acercarse. No sabe cuál de las dos soledades la inclinó más.