lunes, diciembre 13, 2010

Sólo la luna pudo detenerme

No está mal ser negativo si la bifurcación de un camino conduce a un resultado amable para el alma. Comencé decidiendo sin haber planeado plenamente ir a visitar a mi padre y cuando estuve con él, sin hablarle pude sentirlo, al ver si ropa, sus cosas que siguen tal y cómo él las dejó, todavía con sus costumbres impregnadas, los dulces guardados por semanas y los pedacitos de papel higiénico que hacían la suerte de pañuelos emergentes. El color de la casa, acogedor a pesar de las consecuencias decididas en el pretérito por él, la pared pintada de acuerdo a su idea: si uno se instala en medio de la sala y mira hacia la cocina, puede verse en la primer pared que es frontera, un semicírculo de un metro de diámetro, color blanco y complementándolo en la pared perpendicular, la pared blanca y un semicírculo de la misma dimensión, en color verde.

Entonces hube de regresar al Centro de la Ciudad. Casi como marioneta hubiera el sendero de siempre de no ser por escuchar acordes en los audífonos que me incitaron a caminar y cantar a volumen normal, esas canciones que son tan entrañables para mi.

Las hordas nocturnas de trabajadores de limpieza y el ruido intenso de sus máquinas no fueron suficientes para acallar mi escucha y cantos que vitoreaban la novedad de la noche. Tampoco el viento producto del micro clima provocado por la altura de los rascacielos y el tiempo de estos días, ni un bajo cero habrían sido obstáculo para impedir la sucesión de pasos. No las miradas de los vecinos en la calle, entretenidos en sus visitas decembrinas a los escaparates oficiales de felicidad artificial. No sus risas ni los destellos de sus fotografías capturando una felicidad que mañana les traerá nostalgia y sufrimiento. No el piso, jardineras ni bancas posmodernas recién instaladas en la nueva calle peatonal, que imponen una nueva manera de apropiarse de ese lugar. No las interrupciones benévolas de sonrisas que me saludan y acuden a mí para compartirse y abonar más mi aprecio, tampoco las enemigas que reclaman sin éxito un espacio en mi desprecio. No el hambre nocturna, no la ansiedad intrigante, no el insomnio presente que es al mismo tiempo venidero, no el aparente caos que es control subjetivo.

¿Cuál es el objetivo me habría preguntado hace todavía poco tiempo? ¿Cuál si lo importante es llegar para descansar y mañana estar fresco para llegar temprano a las labores diarias? ¿Cuál si todo lo que normalmente algo no es mas que seguir funcionando en la promesa de la felicidad?

No hay felicidad mayor que la obligación de reflexionar sobre su ausencia y los motivos que la mantienen inalcanzable. No hay objetivos si cada paso ya está iluminado por grandes máquinas que aplastan nuestra capacidad imaginativa. Todo y todos aquí es una herramienta para llegar a un fin; se ha reducido a pequeñas coincidencias interrumpidas por la enorme convención social de tener que sonreír cuando se está serio y viceversa. La contemplación se ha terminado. Si tan sólo tuviéramos el valor de aceptar nuestra minúscula dimensión e insignificante existencia en tanto no despertemos, alcanzaríamos un asomo de libertad en la vida.

Sólo la luna pudo detenerme.

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